RICARDO CURCCI FERNÁNDEZ -URUGUAY-

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PÁGINA 15

Mi nombre es Ricardo Curcci Fernández, uruguayo, soy médico de profesión jubilado a la fecha. Actualmente coordino el Taller Literario “Literalepsis”, funcionando en el Centro Cultural de Shangrila, Ciudad de la Costa, Solymar.
Soy alumno de Quipus, Primer centro formativo de Talleristas Literarios dependiente de la Intendencia Municipal de Montevideo, y he participado en la edición de las Antologías “Soltar Amarras”, editada en el año 2020 por el Taller Ruben D´Alba coordinado por el Prof. Lauro Marauda y “La Sombra de Jano”, producción de la Prof. Carmen Galusso en el mismo año. Figura entre mis antecedentes la edición independiente de una Antología personal titulado “Electrocardiograma” en el año 2016.
El año próximo pasado, he editado un libro unitario, “A Bordo del Reloj” por medio de la Editorial Rumbo, encontrándose actualmente en el circuito comercial.
He participado de los circuitos Literarios realizados en el MAM (Mercado Agrícola de Montevideo) auspiciado por el MEC en el año 2019 conducido por el Prof. Lauro Marauda y recientemente en el denominado “Bocaditos y Canapés” desarrollado en el Mercado de la Abundancia en abril de 2022, coordinado por Pablo Silva. Próximamente participaré en una lectura pública de alguno de mis trabajos organizada por Libros “El Faro” a realizarse el día 11/6/22 en la sede del “Faro de Arquitectura”, Av. Herrera y Reissig 633, Montevideo.
La actual antología es de mi total autoría y poseo por la misma derechos de autor.
Adoro escribir y es una tarea a la que me dedico prácticamente desde mi retiro, en forma permanente.
 

 
AUTOR PARTICIPANTE EN LA ANTOLOGÍA DE NARRATIVA DE TRINANDO SÉPTIMO ANIVERSARIO
 

HOLOCAUSTO

 
La desgracia tocó a la puerta de David.
Próspero estudiante universitario de clase acomodada, la muerte de sus padres en un accidente de tránsito, lo dejó en una situación económica comprometida, contexto por él desconocido y jamás sospechado para su futuro.
Dotado de un coeficiente intelectual superior a la media, era poseedor de una personalidad avasallante con un componente de arrogancia producto de saberse dominador de la enorme mayoría de las dificultades que a diario   enfrentaba.
A los veintiséis años, debió buscar una forma de sustento para mantener su condición de estudiante universitario, hecho al que su perfil no le permitía renunciar.
 
*         *          *
 
«Hombre de 82 años busca joven con disponibilidad de 24 horas, para funciones de compañía. Se ofrece casa, comida y remuneración acorde».
Interesado en el anuncio, cavilaba.
«Me las arreglo…» pensó.  «Con cero gastos, el dinero obtenido será suficiente».
A la tarde siguiente se dirigió hacia allí.
El portero eléctrico lucía sus plateadas hendiduras trazadas sobre la placa de patinada alpaca, fija a la pilastra del pórtico de acceso a la Casona del Prado. La reja, en estilo barroco, pintada en un tono verde inglés descascarado, rodeaba el desprolijo jardín. Gárgolas de afilados colmillos y lenguas viperinas, coronaban la enorme puerta de entrada a la casa.
 ―Buenas tardes, mi nombre es David Steinberg. Vengo por el aviso…No es que lo necesite, pero nunca viene mal un dinero extra ―repasaba para sus adentros.
Al sonido de la chicharra, una mujer baja, de aspecto fuerte, se presentó en la puerta de la propiedad. Al acercarse, dirigiéndose a él directamente, expresó:
―Buenos días. Mi nombre es Zulma. Don Pedro lo recibirá en unos minutos. Adelante.
La casona se mostraba amoblada en un estilo post victoriano algo deteriorado. Sin embargo, relucía el brillo de la caoba y otras maderas nobles.
―Tome asiento ―invitó Zulma, señalando un sillón estilo Chesterfield tapizado en cuero color café situado a un lado de la sala.
Pasados diez minutos, David comenzó a sentirse aturdido por el silencio y por el
vetusto aroma del lugar, y el vacío. En ese momento, desde detrás de unos cortinados apareció Zulma empujando una silla de ruedas. Transportaba a un sujeto, por demás anciano.
―Este es don Pedro de Pontevedra. Don Pedro, el joven David se ha presentado respondiendo a nuestra solicitud para ser su próximo acompañante.
Hecha la presentación y retirada Zulma, el silencio reinó nuevamente. David se encontró frente a un sujeto enjuto que portaba un bastón de ébano con empuñadura de plata. Traía los ojos cubiertos con un pañuelo de seda negro atado en la nuca, y piernas atrofiadas que denunciaban no practicar la marcha desde hacía un buen tiempo, si es que en algún momento lo habían hecho. Se hallaban ocultas bajo una manta de chalis del mismo color.
David no salía de su asombro. El hombre aparentaba unos cien años, incluso más. Este comenzó a practicar un rítmico golpe del bastón sobre el damero de mármol negro y blanco. Su rostro ofrecía la barbilla elevada. Una sonrisa aviesa en su boca acompañaba el gesto.
Pasados tres minutos, el diálogo se inició:
―Bueno, bueno… Usted dirá ―expresó David.
―Empezamos mal ―manifestó don Pedro―. No le pedí que hablara, jovencito. Limítese a responder, al menos por ahora. Lo estoy estudiando. Debe ser el indicado. Este trabajo es de dedicación completa y especializada…
Transcurridos unos cinco minutos más en completo silencio, el rostro de David recorría toda la gama gestual de la incomodidad. Por fin, levantando hacia él el extremo de su bastón sin abandonar su actitud, don Pedro profirió:
―Por hoy es suficiente. Facilítele sus datos a Zulma. En las próximas 24 horas tendrá noticias mías. Puede retirarse.
La ira se pintó en los ojos de David. Ya saliendo, Zulma intervino:
―No se ponga mal, Sr. David… El viejo está un poco loco. Pero en caso de ser contratado, tendrá un excelente trabajo. Ya verá.
 
                                                *     *     *     
 
A las 48 horas, David se presentaba en la casona para comenzar con la tarea.
Al llegar, sentado Don Pedro y parado David, surgió el siguiente diálogo.
―Buenos días, joven… ―expresó don Pedro―. ¿O debo llamarle señorita? Ja, ja … ¿Cómo dijo que era su apellido?
―Steinberg. Steinberg.
―Aahh… Y dígame, Sr. Steinberg… sus antepasados ¿fueron exterminados en Auschwitz, Chelmno, o tal vez retenidos en Breitenau, Alemania?… Ja, ja… ¿Qué sabe de eso?… ¿Su nombre?
―Steinb...
―¡De pila!
―David.
―David, ¿qué?
Steinb…
―¡No! No, Steinberg. David. ¡Señor! Grábeselo de una vez y para siempre.
El malestar de David era manifiesto. «Si se lo permito, esto puede convertirse en la reedición del Holocausto», pensó. A punto estuvo de marcharse, golpeando fuertemente la silla de don Pedro. Pero primó la cordura. Y la necesidad.
El segundo día no fue más agradable para David
―¿Sabe leer?
―Soy universitario, señor. Y muy bueno.
―No contestó mi pregunta. Pregunté si sabe leer.
―Sí, sí sé leer, ¡por supuesto que sé leer!
Señalando con su bastón, don Pedro expresó:
―Tercer estante, cuarta fila, quinto volumen comenzando por la derecha. Lomo azul. Encuadernado en tela.
Volteando la cabeza, la cara de David no cabía en sí de la sorpresa. Una enorme biblioteca de cedro se extendía por toda la pared frente a su mirada. Debía tener mil, dos mil. Tal vez tres mil ejemplares. Levantándose lentamente, hacia ella se dirigió.
―Si, acá lo tengo ―expresó.
―Lea. 
David guardó silencio.
―¡Vamos, lea!
―No, no puedo. No entiendo. Bah, no me interesa.
―Ah, ¿no? ¿No entiendes? ¡No te interesa! ¡Perdón! Hubiera jurado que eras judío.
―¡Lo soy!
―Ah, ¿sí? Y no puedes leer… no te interesa… Aunque conoces el idioma, por supuesto.
El ánimo de David se oscureció. Ante sí se esparcía una serie de signos encadenados absolutamente ilegibles para él.
―Y ¿qué hay si no quiero revelarlo?
―Nada más tonto. ¿Acaso crees que necesito de tus enseñanzas? Tus desmanes son los propios de un soberbio ignorante, jovencito.
―¡Escuche...!  ―contestó ofuscado David.
―Bueno ―intervino don Pedro―. Lo que tienes delante, hijo, es el primer libro conocido de la historia de tu pueblo: El diario de Salomón, Shlomón o Jedidías, Hijo de David. Fue rey de Israel entre el año 965 y 925 antes de Cristo.  Y el idioma en el que está escrito, por cierto, es el arameo. ¡Deberías sentir vergüenza!
―Pero ya que sostienes ser un culto universitario, incursionemos en otro campo. Estarás al tanto de que nuestro satélite natural, del que estimo conocerás el nombre, fue visitado ya por el hombre. ¿Puedes decirme en qué fecha ocurrió esto por primera vez y quién fue el protagonista?
―¡Por supuesto! El hecho ocurrió exactamente el 21 de julio de 1969 a las 22.47 horas, de nuestro país, y el encargado de posar por primera vez un pie sobre la superficie lunar (Luna por cierto, es el nombre de nuestro satélite natural), fue el comandante Neil Armstrong de nacionalidad estadounidense… ¡¿Qué se ha pensado Usted?!
―Ja jaja… ja… Es evidente. Que nada…Que nada sabes, hijo. Nada. Acaso te suena el nombre “¿Cyrano de Bergerac?” Bien. Lamento informarte que ya en el año 1657, nuestro Cyrano montado en nubes de rocío alcanzó la luna, y comprobó no solo que esta es un planeta, sino que en ella existe vida. Luego, la mala fortuna lo acompañó y su descubrimiento lamentablemente fue divulgado en forma póstuma. La carta de viaje se llama “Viaje a la Luna” y es cierto, no habla de naves o módulos espaciales en ella. Aunque, ¿quién podría discutirle hoy a Cyrano que estuvo en la Luna?
 
*     *     *
 
Don Pedro de esta manera, en sucesivas intervenciones, fue paulatinamente subyugando la altanería de David. Este, presa de una molestia ingobernable, fue alternando la misma con un sentimiento de admiración que poco a poco comenzó a dominarlo.
La paga no era abultada pero no estaba mal, lo que sumado al hospedaje y la alimentación hacía que su destino fuera el ahorro o la diversión.
No conforme con esto, David, aprovechando la ceguera de don Pedro, frente a sus ojos en más de una oportunidad, había sustraído dinero de las arcas de la casa. Pocas cantidades, pero en repetidas oportunidades. La profunda inocencia azul en los ojos de ese hombre cuando aparecía descubierto y la mirada fija a permanencia en un imaginario horizonte, alentaban a David en su conducta.
Así pensaba:
―Sí… El don no puede verme. ¿Qué daño puede hacerle que tome algunas monedas? Tiene fortunas.
La sonrisa de don Pedro acompañó circunstancialmente alguna de sus incursiones.
Quiso el paso del tiempo que el estado de don Pedro se agravara poco a poco y, durante aquel invierno, una neumonía acabara con su vida. Al final del sepelio, Zulma abrazó a David y entre sollozos, depositó un sobre azul en sus manos con su nombre escrito de puño y letra por don Pedro.
―Sr. David, él lo tenía reservado para usted ―expresó.
Sorprendido, David lo guardó en su chaqueta. Al llegar a la casona para desalojar la habitación, preocupado ante lo incierto de su futuro sin empleo nuevamente, sentado en la cama abrió el sobre. Dentro de él, se encontraba un pliego de papiro a él dirigido:
Querido Truhan:
Debes saberlo: cuando quieras decir algo importante, utiliza elementos nobles como este. No querrás saber los desperdicios que habitan dentro de una hoja de papel ordinario.
Aunque te cueste creerlo, he sabido tomarte un afecto muy particular durante los años que hemos compartido. Me has hecho reír mucho gracias a tu ignorancia acerca de temas sobre cultura general, la que no debería haber faltado en un individuo universitario como el que, con segura soberbia, alardeabas de ser. Pero sobre todo he reído más por lo primitivo que eres en lo referente a tu concepción de la vida misma. Por eso, me he atrevido a dejarte alguna sugerencia a la hora de mi partida:
En primer lugar, deberás saber que la mejor forma de ganar altura y brillar desde ella, es construyendo sus peldaños sobre la humildad. Esta constituye la única base sólida y real. Nunca lo olvides… decir «gracias» y «lo siento», es solo para grandes.
También debes saber que la Universidad es una creación del hombre respondiendo solo a una de sus necesidades, no más valiosa que otras. Nada ella ofrece en forma aislada sin el contexto de ser humano de un individuo, si este entiende que el hecho de haberla cursado, per se, lo pone en un plano diferente a quien conoce el ritmo de las mareas, el vuelo de una mariposa, o el lenguaje del amor. Recuérdalo.
Además, he notado en ti algún repetido acto que denota necesidad, que lo necesitas.  De allí surge este mi regalo: en esta cuenta encontrarás algún dinero a tu nombre. Dispón de él como quieras, hijo, es tuyo. Libremente.
En fin, por cierto, David, mi ceguera… Ay, David, mi David. Mi querido amigo, como enseñanza final:
En la vida, jamás olvides: nunca, hijo, nunca, nunca… des por sentada una evidencia.
Don Pedro, con amor.