FERNANDO ARRANZ PLATÓN -ESPAÑA-

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PÁGINA 25

 

Nacido en Valladolid el 27 de mayo de 1941
Diplomado en Marketing y Publicidad, Estudios de Dirección de Empresa, Derecho y Relaciones Públicas.
Técnico en Accidentes, durante cerca de 40 años trabajando en Multinacional del Seguro en entidad suiza.
 
Bibliografía:
* ¿Qué nos dice la Biblia?
* Déjame que te cuente               
        * El Contador de Historias I
        * El Contador de Historias II
Todos ellos publicados a través de Bubok
 
Publicaciones colectivas:
La Fuerza de las Palabras Ed Tsedi
Misterios para el sueño: NOCHE DE ÁNIMAS
 
Finalista en los concursos: “La Cesta de las Palabras”
“Revista Katarsis” “Micro crímenes Falsaria”
“Sopa de Relatos”
 
Participante en la red social:
Actualmente participo en la página de Facebook “El Cuentista Enamorado” y en Facebook dando a conocer los más de mil textos elaborados.
 

 

Hermosilla del Pantano era uno esos pueblos que, a pesar de las circunstancias económicas en las que se encontraba, no había sufrido un abandono masivo, por lo que en la práctica mantenía su población.
     La mayoría de los que sí emigraron eran jóvenes a los que el lugar no les ofrecía otros trabajos que no fueran la ganadería, la agricultura y poco más.
     Hoy en día, habitaban en este hermoso paraje, cerca de ochocientas personas. Pero, a pesar de todo lo que tenía de maravilloso, la vida de este pequeño pueblo se había ido emponzoñando desde hacía diez largos años. Los motivos eran diferentes según a quien se escuchara. Pero, la más concreta se debía al enfrentamiento, casi diario, de las dos familias pudientes de la población.
     Cayetana Salinas, era poseedora de las hectáreas más productivas de la comarca desde que, a la muerte de su esposo, el coronel Vázquez, militar mutilado en la guerra del Rif, tomara el control de la finca y parte del pueblo.
     Esto inquietó mucho a Carlos de Avellaneda, el otro miembro importante en esta pequeña comunidad. Ganadero con éxito, se encontraba con que, a la llegada del verano, sus animales necesitan del agua que, por desgracia, corría por parte de la finca de la señora Salinas.
     Esta, desde que se hiciera con las riendas de la masía, se había opuesto en firme, a que los animales de su vecino pastasen en sus tierras. Para evitarlo, mandó construir una cerca, que en más de una ocasión había sido derribada.
     Con la llegada a la alcaldía de Cipriano Solís, este intentó que alcanzaran un
acuerdo, que llevara la tranquilidad al pueblo. Pero, ello no fue posible, porque ambos se mantuvieron en sus trece.     
     El resultado de esta lucha llevó a que los aparceros de la finca se posicionaran a favor de su ama, al igual que los pastores lo harían de su patrón.
     Que aquello no podía acabar bien, era el clamor que corría entre las gentes del pueblo. Eso sí, en privado. Puesto que nadie quería ser visto como miembro de uno u otro grupo.  
     Cuando la estación invernal se afincaba en el pueblo, los vecinos se encerraban en sus casas, salvo los cuatro aficionados a los juegos de mesa, (parchís, dominó y cartas) que lo hacían en el bar de Pedro, único sitio que disponía de televisión, para ver los partidos de fútbol.
     Si en aquellos días la tranquilidad parecía ocupar la mayor cantidad de tiempo, fue solo mera casualidad. Y así lo pensaban los vecinos del lugar.
     Y este les dio la razón. La noche después de San Juan, cuando el manto de esta había caído hacía rato sobre el pueblo, y las luces de la mayoría de las casas permanecían apagadas, un resplandor iluminó de lleno el cielo de Hermosilla del Pantano.
     Poco tardó la noticia en llegar al retén de bomberos. El sonido de la campana del único coche, que estos poseían, alteró la tranquila noche mientras se dirigía raudo hacia el paraje.
     También los dos miembros del retén de la guardia civil del pueblo, enterados del suceso, se pondrían en marcha, para averiguar las causas de lo sucedido.
     Los vecinos, ante semejante escandalera, se vistieron como pudieron y salieron a la calle para obtener información de lo que pasaba. Viendo aquella iluminaria decidieron acudir a la finca, con el fin de ayudar en lo que se pudiera y sofocar cuanto antes el incendio.
     La noche resultaría ser demasiado larga.
     El escaso número de bomberos desplazados al lugar de los hechos, no lograban por hacerse con las llamas, que poco apoco iban consumiendo los establos y acabando con algunos animales.
     El alcalde, avisado del incidente, se desplazó hacia la zona del incendio. En su interior se preguntaba, cuál serían las consecuencias de lo ocurrido, si la otra parte llegaba a pensar, quien había sido el causante de perpetrar tamaña acción.
     Pero bien, ahora lo que tocaba era preocuparse de minimizar los daños, que a simple vista ya eran enormes.
     Cipriano Solís, llegado al paraje del suceso, quiso saber, de primera mano, cómo se había podido desatar tan importante incendio. La versión que le dieron los bomberos fue, que todo parecía indicar la intervención del ser humano.
Vamos, que lo habían provocado, aunque de momento no existía una prueba irrefutable que avalara esta versión.
     En la casa de la familia Avellaneda, la sospecha ya recaía sobre la de los Salinas y comenzaban a considerar la posibilidad de un serio desquite. Sin embargo, ahora lo preciso era dedicar todos los esfuerzos a recuperar lo más pronto posible la actividad.
     Los animales no podían esperar. Se les debía alimentar y encontrar un sitio seguro donde albergarlos. El personal de la finca se dispuso a que durante las siguientes horas todo quedara resuelto.
     Para los trabajadores de la masía de los Salinas, aquello suponía una dura prueba. Don Carlos y los suyos no se iban a quedar de brazos cruzados, si sospechaban que la causa del incendio, como así lo parecía, había sido provocada.
     Solís tuvo a bien mandar aviso a ambas partes, para que se reunieran con él en el ayuntamiento. Debía apaciguar los ánimos, antes de que se desatara una guerra abierta en la que, de producirse, tomarían parte los vecinos que trabajaban en una u otra actividad.
     La reunión no pudo celebrarse hasta el día siguiente, una vez que las cosas comenzaban a recuperarse. Las pérdidas habían sido enormes, pero Carlos de Avellaneda era un empresario de los pies a la cabeza y no iba a desistir de su actividad.
     Los primeros momentos de la reunión fueron tensos. Cayetana, si bien le dijo a Carlos, que sentía lo que le había ocurrido, esto no fue suficiente. Ya que este en su réplica le contestó, que debía estar muy satisfecha con lo conseguido.
     Aquella respuesta provocó una polvareda. Las insinuaciones, de uno y otro, parecía no iban a tener un final feliz. Pero, Solís, que iba preparado para intentar contener aquellos dos egos, golpeó con fuerza sobre la mesa.
     —¡Basta ya! —Les gritó —No estamos aquí para echarnos en cara nada. Hemos de conseguir que lo que ha ocurrido, no nos lleve a una situación que luego no podamos controlar.
     Viendo, que ambos tomaban asiento sin rechistar, esperó unos segundos para que se calmaran.
     —Bien. Ahora pensemos en los hechos. Todo apunta a que el incendio lo ha provocado alguien con mucho interés. Pero no tenemos prueba alguna, que nos indique quien es el autor. Ya sé que entre ustedes existe una rivalidad, que les hace creer que todo lo malo que les ocurre es culpa del otro. Pero, mientras yo sea el alcalde, nadie va a tomar venganza alguna. Y si aparecen pruebas de quien ha sido el causante, será la guardia civil la que gestionará el asunto. Confío, que les haya quedado claro.    
     Si esperaba una respuesta positiva de ambos, fue inútil. Aquellos dos seres se abominaban tanto, que no pararían hasta destrozarse, si pudieran.
     Lo malo era, que podían arrastrar a sus vecinos a tomar parte de sus luchas y aquello sería el final de aquel paraíso, que era Hermosilla del Pantano.
     Los días siguientes el pueblo parecía invadido de cierto pesimismo. Los vecinos no se atrevían a salir a disfrutar de sus paseos habituales, temiéndose que en cualquier momento estallara una imprevista tormenta.
     Los trabajadores de ambas fincas reanudaron sus rutinas, mientras los investigadores de la guardia civil, llegados de Madrid, se hacían cargo de la búsqueda de pruebas de aquel suceso.
     Dicen, que el tiempo lo cura todo, pero en este caso su paso sin encontrar un culpable hacía que el miedo se afianzase en los vecinos, ante las posibles represalias.
     De todas maneras, una cosa era cierta. Parecía, que la recomendación de Solís, de que nadie se tomara la venganza sin tener pruebas, cobraba fuerza de que por una vez ambos iban a mantenerse quietos.
     Fueron dos largos meses. Los investigadores extrajeron cuantas pruebas pudieron del lugar: huellas de coches, cigarros cercanos, cuadros eléctricos, máquinas, etc. Nada. Ni el mínimo rastro.
     Como si en aquel furioso incendio, no hubiese tenido intervención alguna el ser humano. Pero, por el contrario, tampoco existía ninguna base para manifestar, que este había sido espontáneo. Entonces ¿Qué ocurrió?
     Los agentes decidieron continuar con sus pesquisas y volver a repasar todos
los pasos seguidos durante la investigación. Algo se les debía haber escapado y no era cuestión de dejar ningún hilo suelto.
     Merino, cabo de la benemérita, al que desde el primer momento le asignaron a este caso, por ser un experto en aquel tipo de incendios, regresó al lugar. De inmediato se dirigió al punto en el que, según su experiencia le decía, debía ser el sitio donde se había iniciado el fuego.
     Escrutó los restos en busca de la más pequeña prueba, que avalara sus sospechas. Todo parecía estar correcto hasta que entre la runa encontró unos pequeños granos de grama (elemento con el que se fabrica el plástico).
     Aquello daba un nuevo cariz al caso. Según su experiencia, estos pequeños granos sintéticos, no se incendian con facilidad. Requieren de alto grado de calor hasta que llega el momento de la explosión. Su llama entonces es capaz de provocar, al menor contacto con el aire, grandes estragos.
     Bien, Merino ya tenía en sus manos una pequeña prueba, ahora era necesario crear su teoría sobre lo ocurrido.
     Pero, antes de nada, tenía que averiguar cómo había llegado la grama hasta aquel lugar y para qué. De momento, lo encontrado no debía trascender lo averiguado a las personas ajenas a la instrucción.
     Con el sigilo propio del cuerpo, puso en conocimiento del juez instructor del caso la prueba encontrada. Este dio autorización a los agentes, para que se personaran en la totalidad de los centros propiedad de Carlos Avellaneda.
     Así, que, a primeras horas de la mañana, todos los agentes disponibles en la población se desplazaron a los diversos almacenes en busca de la grama.
     Una hora después, Merino recibía del grupo que se había desplazado a uno
de estos fuera de la población. La noticia que traían era que se habían encontrado dos sacos de aquel producto, ocultos en un arcón.
     Puesto en conocimiento del Juez, este se desplazó acompañado de Merino y dos agentes más al domicilio del señor Avellaneda.
     —Buenos días, señor Avellaneda —Saludó el juez 
     —Que les trae por mi casa —contestó este algo inquieto, aspecto que no pasó inadvertido por el juez y los agentes
     —Puede explicarnos los motivos, por los que obran en su poder dos sacos de grama sintética, escondidos en la barriada del Carmen.
     Carlos se sintió descubierto. No tenía razón alguna, que justificara la necesidad de aquel material en su actividad. No podía responder y aquello era una manifiesta confesión.
     —Dígame, cómo consiguió elevar la temperatura de la grama para provocar el incendio —fue ahora Merino el que le hizo la pregunta.
     Carlos entendió que no tenía razón de ser, continuar ocultando lo que no tardaría en conocerse.  
     —Aun a riesgo de que me cogiera en medio, apliqué un soplete sobre un montón de grama, confiando en que tan pronto como alcanzara una temperatura, yo me pondría a salvo. Y así fue. Pero, al abrir la puerta para huir, el aire que penetró aceleró la combustión y produjo la llama, que acabó por incendiarlo entero.
     —Pero, señor Avellaneda, ¿por qué todo esto?
     —La verdad, es que estoy arruinado. En el pasado hice una mala inversión y el hecho de no lograr vender el ganado de mi propiedad a un precio adecuado, me han llevado a no poder mantener la hacienda.
     —Ahora entiendo. La aseguradora le iba a compensar las pérdidas. ¿No es así?
     Avellaneda agachó la cabeza y se sumió en el más absoluto de los silencios.
     Cuando a Solís le llegó la noticia, suspiró aliviado. No era para menos. Porque
de haberse desatado una contienda entre las dos partes, las consecuencias derivadas hubiesen sido impredecibles.
     A medida que lo sucedido comenzaba a ser conocido por la población, todos se alegraron de que aquellas pesadumbres que los tenía tan preocupados fueran desde ese momento solo unos malos recuerdos.
     Cayetana, enterada de lo ocurrido, respiró tranquila. Sin embargo, tomó conciencia de que los trabajadores de Avellaneda quedaban en una situación comprometida, ante la ausencia de actividad.
     Así, que se puso en contacto con el ayuntamiento, al que ofreció la posibilidad de que los que quisiesen trabajar en su finca lo pudieran hacer. No sería a jornada completa, puesto que no había para todos, pero sí que aliviaría la ausencia de este. Su capataz, organizaría los turnos. 
     Solís estuvo conforme y se comprometió, a intentar que lo destruido por el fuego se reparase cuanto antes. Luego, la creación de una cooperativa ganadera ayudaría a que la actividad normal se recuperase, para todos ellos.
     Cayetana, no teniendo ya rival, se comprometió a dejar una zona de sus tierras a disposición del ayuntamiento, así que el ganado podría acceder al agua.
     Hermosilla del Pantano recobró la tranquilidad y de paso ahuyentó, para siempre, la posibilidad de un enfrentamiento entre vecinos.