JORGE ROLANDO ACEVEDO -ARGENTINA-

 

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PÁGINA 24

 

Jorge Rolando Acevedo  nació en Tartagal, el 10 de abril de 1968. Es profesor de Historia y Letras, poeta y escritor. Ha publicado tres libros de poesía: Eres como la hierba, (1997), El caminante, (2006) y Dadelos, la casa del silencio, (2020); y el libro de narrativa breve Habladurías.(Cuentos para un ratito, versos para una hora) (2019), que contó con el aporte  del Fondo Ciudadano  de Desarrollo Cultural, del Ministerio de Cultura, Turismo y Deporte de la provincia de Salta.
 

El túnel
 
     Aquella noche, Manuel fue a cenar a la casa de la familia  Bustillos. Carlitos, el hijo del  coronel, lo había convidado a compartir la mesa.
— ¡Claro! Cuando alguien  va cenar a la casa de los amigos, la comida es sabrosa, siempre la sopa ajena es más rica. — pensó el coronel Mario Ángel Bustillos, mientras miraba al niño.
   Manuel Marcelino Costilla repitió la sopa de crema de verdura, una sopa muy rica, parecida a la que sirven en el hotel de Salsipuedes,  luego se comió dos milanesas napolitanas acompañadas con puré de papas, bebió  una garra gorda de limonada , de postre repitió doblemente una porción de budín de pan y una manzana de refuerzo que sacó de frutero.
—Manuel, hijo mío, ya es hora de dormir. Vamos a casa. — dijo la madre mirando avergonzada su reloj de pulsera,   Una vez en casa, el niño hizo “pipi”, se higienizó las manos y la cara, y fue derechito  a la cama, no sin antes, cambiarse de ropa: una pijama celeste con dibujitos de barcos y banderas. Tal fue la ingesta, que deseando solo dormir, olvidó prender la luz, acción que por mucho tiempo había sido su mejor arma contra su mayor miedo: la oscuridad.
  Apenas el niño cerró los ojos, su cuerpo cayó pesadamente sobre el colchón, la sábana y el cubrecama. De pronto Manuel comenzó a golpear la  mesa de luz con la mano derecha. Los golpes eran fuertes, sucesivos, una y otra vez.  Al mismo tiempo, abría la boca para pedir socorro, aunque  dormía boca abajo, era un ahogo desesperante y la falta de aire le impedía saber si era escuchado  o no por la hermana que  dormía en la otra cama del dormitorio.
Fue así que el cuerpo  entró directamente a un túnel, un túnel del color de una cebra, que giraba y giraba, llevándose al niño. Mientras descendía vertiginosamente, patas para arriba, iba desintegrándose por  completo. Primero la parte inferior, los pies, las piernas y la cintura; luego el tronco, los brazos, huesos y vísperas, quedaron dispersadas en el interior del túnel, pero su cabeza quedó atrapada en el extremo de aquel embudo, de aquel tornado, de aquel cucurucho  de helado de chocolate y granizado.
   A pesar de todo, aquella mano derecha, aquel grito ahogado en la garganta, continuaban pidiendo auxilio en la oscuridad. Pues, una mano misteriosa mantenía apresado a Manuel Marcelino Costilla en aquel túnel psicodélico, donde vivía una bruja sin escoba.


 

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Habladurías
 
        En las calles de Campo Santo vive el mismo Diablo en persona. No quiero imaginar cómo se entenderán  los clérigos, los evangélicos y los agnósticos con su vecino. A más de uno le dará envidia tener semejante personaje en la vecindad, otros, en cambio,  no quieren saber nada de venir  visitar a  sus  parientes y amigos.
     Yo les cuento esto porque soy nuevo en el pueblo, a los demás vecinos, los ratones  le han comido la lengua.
 
Jorge Acevedo
Tartagal – Salta - Argentina
 
 
 
Botones
 
 
     Mi madre decía que ella no era modista sino “pantalonera”,  oficio aprendido sin escuela. 
    En una pequeña habitación de casa mi madre se  pasaba horas confeccionado  prendas de vestir   en la máquina de coser Singer.
     La pantalonera aprendió a reservar, entre hilos y telas,   objetos para un eventual  contratiempo en la costura.   Guardaba  carreteles de hilo, agujas de ojos, cintas  métricas,  tizas, dedales, sierres, tiras de elásticos,   tijeras de corte, pliegues de papel manteca, moldes de costura  y figurines de las revistas  Para Ti  y Modas, además de un cuaderno con las medidas corporales de las clientas.
     Había botone almacenados  en el cajón de la máquina de coser, en la cajá de galletas, en el  florero y en una ollita de Palo Santo, botones grandes y pequeños, de colores y  transparentes;  botones   para los puños  de las camisas,    vestidos,  blusas,  chalecos y los pantalones.  
     Esa gran diversidad de elementos y colores representaban para mí,    las fichas de los juegos de mesa.
   Hoy regreso a casa después de mucho tiempo.  No sólo veo el retrato de mi madre, también veo esa ollita de Palo Santo llena de botones;  con ellos me pongo a jugar al “ta-te-ti” y a la “dama”  como si fueran aquel  niño de ochos años. Botones: recuerdos y fantasías   abotonadas por siempre  en el pecho.
 
 

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Paulo Yarará

 

 

 

A Sergio Arias.

 
    María mandó a su hijo mayor a cosechar algunas cañas de azúcar del  pequeño cañaveral.
  El hijo,  machete en mano,  comenzó la tarea con absoluta precisión. En un abrir y cerrar de ojos,  en una milésima de segundos un crótalo clavó sus dientes en la pierna izquierda de  Paulo Farfán Cruz.  El joven campesino solo experimentó, en ese instante  un leve ardor;  pensó que sería una picadora de mosquito. Una vez concluida la faena  regresó a casa con la zafra recostada en el hombro y el machete en la mano.
   Al cabo de unos  días el muchacho empezó a sufrir profundos cambios en su fisonomía: la piel se volvió escamosa con dibujos romboides,   los ojos se trasformaron en perlas    brillantes y fijas,   en la boca le crecieron dos colmillos hipodérmicos tipo agujas, más aún, el cuerpo comenzó  contorsionarse  y enroscarse  en sí mismo.   Sin embargo,   lo  que más  molestaba a Paulo Yarará era  el colmillo derecho: le tenía pavor al dentista.


 

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Psicosis
 
 
  Lita  Williams,  la maestra  jardinera de la sala B, mandó a realizar una  actividad: —Dibujen una fruta. Tienen una hoja de dibujo y crayones.  Tienen media hora para terminar la tarea. — dijo en voz alta.
 El alumno dibujó  una manzana con un pequeño brote,  una fruta roja con una hojita verde. Jorgito no soportó la angustia,  con un afilado y punzante alfiler pinchó   la manzana  tantas  veces como pudo.  La sangre  corrió por toda el aula, un acido comentario surgió entonces  en toda la escuela Cornelio Saavedra.


 

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El espejo y los vampiros
 
    En la casa de pensión  Delia Ramírez,  los huéspedes quemaban pan bendito, encendían inciensos, colocaban las escobas detrás de las puertas,   poniéndolas al revés,  y  cubrían los espejos de las cómodas  con una sábana.  La intención era calmar la tormenta y alejar los truenos y centellas.
   Uno de los espejos, después de la tormenta del veintisiete de diciembre, al ser descubierto nunca más  volvió a reflejar  la imagen alguna, ni siquiera  las figuras  de Mariano Cruz, el  hijo del culebrero, y  de Benjamín Torero, el hijo del panteonero.

 

 


 

Jorge Acevedo
Tartagal – Salta - Argentina