CARMEN CAPOTE DÍAZ -CUBA-

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Nací en la bella ciudad de Cienfuegos, Cuba, en l962. Desde niña amante de la música y la literatura, convirtiéndome en una apasionada lectora. Me gusta inventar y escribir historias, poemas, más que por placer por necesidad de expresarme. Las palabras y frases llegan a mi mente obligándome a plasmarlas en un papel.
En los años de estudio hasta el grado 12, integré el Taller Literario del Pre-Universitario de mi ciudad.
Colaboré con artículos en la Revista “Renacer” de la Archidiócesis de Cienfuegos. También con guiones de Teatro Infantil para Proyecto Comunitario Cultural en la Ciudad de La Habana, donde radico desde 1991.
Las posibilidades de las nuevas tecnologías me han dado la oportunidad de poder participar en concursos y convocatorias.
Obtuve 3ra Mención de Honor género poesía en el Concurso Literario Internacional de Cuento y Poesía “Horacio Quiroga” de la SADE Zona Norte 2021.
5ta Mención de Honor en el Certamen Internacional de Poesía “Palacio Francisco López Marino” (2022).
Poemas publicados en las Antologías poéticas “Secretos del Corazón” (2021) y “Como hermanos” (2022) por Ediciones Afrodita.
Cuentos y poemas en las revistas Trinando (No. 37), Horizonte Gris (No. 3), Perro Negro de la Calle (No. 68) y Amarantine Revista (No. 1).
Autora del libro inédito “Rompiendo el Cristal” sobre el tema de la discapacidad mental, las relaciones con la familia y el entorno social. Actualmente dedicada al cuidado de mi hija con discapacidad mental como Madre Cuidadora.
Facebook: Carmen Capote
Correo electrónico: carmencapote@nauta.cu
 

 

ALBEDRÍO
 
            Alexandra nació con los ojos abiertos, ojos pintados de mar, grandes, profundos, sorprendidos, indescifrables. Hubo que sacarla a la fuerza del zurrón que se había fabricado, no para esconderse del mundo, sino para protegerse en su esforzado gran intento, de lograr poder llegar algún día a nacer. Y sí que tuvo que esforzarse y esconderse, mientras su pequeño corazoncito ya latía en el vientre materno; puesto que nadie lo sabía, sólo ella. Alexandra fue un fibroma. Bueno, eso fue lo que dijeron los médicos mientras ella en silencio crecía, ¡y qué cosa! quisieron operarla sin haber nacido, no a ella, al fibroma claro. Se salvó de tan horripilante pretensión gracias a un ángel avenido a médico, llegado no se sabe cómo de tierras bien lejanas, por cierto, que no era chino, sino árabe. Pues resulta que el ángel-médico-árabe, quizás untado con alguna misteriosa esencia mística, tuvo la misión de entrar en contacto con alguna frecuencia descifradora: ¡y la descubrió!
Fue el acabose en un principio. Hubo que pasar de palo para rumba. Se armó el corretaje acompañado del consabido ataque de nervios hasta que, pasado el desbarajuste emocional, su madre alcanzó sabiamente la calma: y aceptó.
–¡Pues que venga! –dijo.
Después de tales vicisitudes, Alexandra pudo dedicarse en paz a soñar con el momento de su nacimiento, experimentando vehementes ansias de entrar en relación con este mundo nuestro; que ya preveía lleno de luces, sonidos, y colores.
Por eso nació con los ojos abiertos, fue también por eso que no lloró. Ciertamente no tenía motivos para hacerlo. Aunque nadie lo llegara a entender ella estaba contenta. La verdad es que no le encontró sentido a aquel zafarrancho de preocupación y desasosiego, por parte de los médicos y de su mamá, que gritaba:
 –¡Qué le pasa a mi hija! –como haría cualquier madre atravesando ese mismo trance.
Menos aún la azotaina que recibía su cuerpecito todavía sucio, hay que decir que bastante arrugado y feíto, por parte de aquellas grandes manos empeñadas con energía en hacerla llorar; cosa que no lograron, puesto que no lloró.
Esto provocó un incremento de inquietud y alarma por parte del personal médico. Despiadadamente hicieron de todo para dar con la causa de lo que iba mal en la pequeñita. No encontraron nada mal, así que tuvieron que dejarla tranquila.
La realidad de dicha situación, era que a Alexandra no le había dado la real gana de llorar para hacer su entrada en este plano material. Menos aún para complacer a quienes le proporcionaban tan agresivo recibimiento. Además, aunque quisiera; y está de más aclarar no quería; tampoco sabía cómo hacerlo, El resultado de su aprendizaje demostró este hecho, ya que (y tampoco se sabe por qué) fue a dar, o la pusieron deliberadamente en el cunero de los niños, varones, masculinos; valga la redundancia, que solo sirve para demostrar por qué Alexandra aprendió a llorar a lo varoncito, con unos gritos altos y fuertes no muy propios de una hembrita. Eso oyó decir. Pero ella no encontró diferencia alguna en aquel concierto de llantos, porque simplemente no la había.
     Fue un alivio, si consideramos que hasta el momento lo único que se había obtenido de ella eran unos chillidos (ya sabemos sin llanto), bastantes inadecuados al oído humano. Sin embargo, a pesar de la sorpresa que causaba el oírlos, a nadie se le ocurrió insinuar ninguna cosa sobre el asunto; lo que sus padres agradecieron.
 
            Supe de Alexandra muchos años antes de conocerla, de las historias que la convertían en una pequeña protagonista revoltosa, agenciándose hasta de un palo; en su tamaño diminuto de infante; porque no alcanzaba el interruptor de la luz, y ella quería que se hiciera la luz cuando se ocultaba el sol, en bombillas y lámparas. Quería luz, mucha luz.
     –Luz, luz –repetía sin parar.
     Quizás lo más asombroso de su comportamiento estuvo en una fiesta por San José, el patrono de su pueblo. Mientras las personas contentas sacaban al Santo en procesión, ella que apenas cumplía los tres años, en su dialecto ya bastante entendible gritaba:                             
     –Guerra no; guerra no… 
     Todos la miraban extrañados. La extrañeza adquirió un cariz pasmoso al paso de unos días con la noticia de: “Guerra en Yugoslavia”. ¡De dónde aquella niña tan pequeñita desconocedora de lo que sucedía en el mundo, en la vida, y en todo lo demás, había sacado semejante grito en medio de incontrolable llanto!
     Al ir creciendo se hacía cada vez más evidente lo que ya se sabía:
     –¡Es una niña muy inteligente!
     Los padres, si bien preocupados y un poco asustados, se mantuvieron firmes en la negativa ante los consejos de la maestra.
     –Deben atender a la niña con un sicólogo, así yo sabría a qué atenerme, para poder ayudarla mejor en su proceso de aprendizaje.
      Pero para los progenitores no era esencial que otros catalogaran el grado de sabiondez, o genialidad de su hija; sino proporcionarle una vida normal, sin presión ninguna en los estudios.
     –No queremos imponerle expectativas ni aspiraciones ajenas a la niña, eso traería el funesto resultado de influenciarla, hasta convertirla en cualquier cosa, menos en lo que ella realmente es.
   –Pero mamá, papá, ¿cómo pueden pensar así? –protestaba la maestra.
     Sinceramente ni ellos mismos estaban seguros de quién o qué, se escondía detrás del dulce rostro de aquella hermosa hija que el cielo les había regalado, cuya belleza pálida y ojos transparentes y cambiantes, oscilaban entre las aguas apacibles de una laguna, y las revueltas aguas de un mar agitado.
     –Soy extraterrestre –se pronunciaba Alexandra.
     Esta afirmación generaba un escéptico silencio a su alrededor. Tales palabras causaban cierto desconcierto y las personas optaban por callar, desviando la mirada.
 
La conocí en casa de su prima Mercedes, lugar al que llegué casualmente acompañando a mi amiga Ana, cuya mamá era muy amiga de la familia de Alexandra. Sabía todas las historias de su infancia, pues continuaba manteniendo una estrecha comunicación con sus padres después de venir a vivir a La Habana, siendo aún muy jovencita.
A pesar de residir en la misma ciudad no conocía personalmente a Mercedes, la familia apenas la mencionaba, por lo que no sintió nunca ningún interés en visitarla. Su trabajo la mantenía tan ocupada, que pidió a su hija fuera a saludar a Alexandra. Mi amiga no quería ir sola, logrando con su insistencia arrastrarme a una visita que resultó ser un tanto extraña.
La prima Mercedes no hacía más que desbordarse en alabanzas sobre la tan alta espiritualidad, y exquisito misticismo de su querida pariente, que para su dicha había accedido a la reiterada petición de venir a pasar sus vacaciones con ella.
El encuentro aparentemente fue normal, ¿o podría atreverme quizás a llamarlo reencuentro?
–Yo te conozco de antes –me dijo Alexandra mirándome sencilla y abiertamente.
–Yo también –le contesté dejándome llevar por un impulso incomprensible, estando claro para mí era la primera vez que la veía.
Estas palabras fueron pronunciadas en voz baja, mientras Mercedes nos dejaba acomodadas en la sala y se dirigía a la cocina, anunciando nos haría un delicioso café.
–El néctar negro de los dioses blancos –sentenció.
Disimulé una sonrisa al tener el inoportuno pensamiento de que ni nosotras éramos dioses, ni nuestro color de piel podría clasificarse de blanco debido a la mezcla de razas, evidenciándose en nuestros rasgos y tonos de piel; a excepción de Alexandra cuya palidez la hacía ver un tanto etérea.
No había acabado Mercedes de desaparecer, encaminando sus pasos presurosos al interior del apartamento en busca de la cocina, cuando ya Ana, Alexandra y yo estábamos cuchicheando enfrascadas en la conversación, como si conociéramos a la muchacha de toda la vida.
–Quiere ser bruja –dijo Alexandra haciendo un gesto con la cabeza, señalando hacia el lugar por donde se había ido su prima.
–¡¿Quién?! ¡¿Mercedes?! –Los ojos de Ana se agrandaron como platos mientras se tapaba la boca con la mano, tratando de ahogar su exclamación.
–Sí, pero no lo es. No nació bruja.
–¡¿Es que hay que nacer bruja para querer serlo?!
–No, pero eso ayuda.
–¿Y no se puede estudiar para adquirir los conocimientos? –preguntó mi amiga.
Hice silencio prestando atención a la conversación, en la que se habían enfrascado ambas repentinamente.
–Sí, claro.
–¿Entonces? 
–Es que está cruzando líneas y energías.
–¿Pertenece a alguna religión?
–No, no tiene nada que ver con religiones. Tiene muchos libros de magia y ocultismo, pero no estudia nada a profundidad, sólo toma prestado un poquito de cada cosa y lo mete en su caldero. En el mundo espiritual hay que conservar equilibrio y poseer discernimiento, para no quedar atrapado en el plano oscuro de los egos.
–¿Existe un plano así?
–Sí, existe esa dimensión, y es peligrosa –prosiguió la muchacha–. Dice ser ella misma la llave, y no acaba de comprender que en los mundos oscuros hay puertas que se pueden abrir, y otras que es mejor dejarlas cerradas. Además, hay que pedir permiso a los guardianes; eso no se puede violar.
Apareció Mercedes con una bandeja, donde humeaban olorosamente unas lindas tazas de café, por lo que no quedó más remedio que interrumpir la conversación.
–¿Quedó bueno el café?
–Riquísimo –contestamos casi a coro.
–Entonces siéntanse como en su casa. Voy a llevarle una tacita de café a mi vecino, y regreso dentro de un ratico.
Ana, que evidentemente quedó enganchada con la conversación mantenida entre ella y Alexandra, nada más se cerró la puerta de la sala tras Mercedes, la retomó.
–Tengo una duda. He leído que las brujas no son sólo lo que nos han hecho creer.
–¿Y qué es lo que nos han hecho creer?
–Pues eso, que vuelan en escobas –Alexandra soltó una carcajada al parecer muy divertida, mas Ana no se amilanó y continuó muy seria–. Que hacen aquelarres, bailan desnudas a la luz de la luna, y otras cosas más…
–¿Qué más has leído?
–Que también las hay que se dedican a hacer el bien.
–Así es.
–Entonces no entiendo por qué temes que tu prima caiga en esa dimensión oscura, de la que has hablado.
La muchacha dejó de sonreír y su rostro reflejó seriedad.
Las brujas trabajan con varias fuerzas y energías, hechizos, conjuros. Son amantes de la naturaleza, del universo. Existen diferentes tipos de brujas. Algunas hasta son herbolarias, saben de las propiedades de las plantas, y preparan brebajes, ungüentos; pueden dedicarse a ayudar y sanar a las personas.
–Sigo sin entender tu temor con Mercedes –apuntó Ana.
–Es que existe la magia blanca y la magia negra. Las separa una línea imperceptible. El usar una u otra depende de la intención, del querer sanar, salvar, o dañar.
Tuve un escalofrío al oír eso. Mi primera impresión al ver a Mercedes no fue muy agradable que digamos, al contrario; experimentando una sensación de rechazo a pesar de su atento recibimiento.
–Mi prima tiene predisposición y tendencia a la oscuridad. En el poco tiempo que llevo junto a ella, me doy cuenta que está dejando crecer su ego, alimentándolo con la creencia de que se lo sabe todo y tiene más conocimientos que nadie, se está sintiendo superior; eso no es bueno. Por otra parte, estoy viendo la rodea un aura oscura.
–¿Y no puedes ayudarla?
–No puedo. Lo he intentado, pero no se deja. Es su elección, tengo que respetar su libre albedrío, de no hacerlo me crearía un karma negativo.
Miré a Alexandra con curiosidad resultándome imposible contener una pregunta, que desde hacía rato daba vueltas y vueltas en mi mente.
–¿Tú eres bruja?
Devolviéndome la mirada, sonrió.
–Soy extraterrestre.
Acepté su respuesta como lo más normal del mundo. ¿Es que había extraterrestres viviendo entre nosotros? Otras mil preguntas se agolpaban en mi cabeza. Pero decidí no dejarme arrastrar por aquel desatino, ni quedar en ridículo.
Esa muchacha etérea de serena inocencia, podría estar burlándose de nosotras con su apariencia rara y hablar extraño.
 
Así comenzó todo. Alexandra poseía el extraordinario poder magnético, de hacernos olvidar temporalmente el plano físico en que vivimos, remontarlo bajo el hechizo de sus hipnóticas palabras; y hacernos viajar en el tiempo, sin que nuestros cuerpos se movieran ni un ápice del lugar en que nos encontrábamos.
Era como un descorrer velos. En cada nuevo escenario que aparecía Alexandra, la percibía de forma diferente en un pasar vertiginoso de película. Celta… cátara… maga… bruja… casi ángel… maestra. Alma vieja… muy vieja.
Pasado el primer impacto, aún sorprendida la volvía a mirar. Ahí seguía inmutable con su cálida sonrisa de muchacha tierna.
–Soy extraterrestre –decía pícara haciendo un guiño.
–Puedes ser lo que quieras –agregaba yo, sin apenas poder articular palabras.
 
Transcurrían los días. Nuestras reuniones las hacíamos en el Parque Metropolitano, en el Jardín Botánico, o en algún otro sitio donde lo más importante era entrar en contacto con la naturaleza.
            Mercedes ni le preguntaba a Alexandra a dónde iba. Estaba muy ocupada en su grupo de brujos y brujas, en su coven (asamblea de brujas), como decía, y sus rituales. No podía acompañarnos. Por supuesto que tampoco le interesaba hacerlo, Nunca supimos si eran ciertas sus asambleas y aquelarres, ni mencionaba siquiera tener algún maestro o maestra de ocultismo, o de wicca, ni de nada que se le pareciera, que le trasmitiera enseñanzas. No la visitaba nadie, siempre andaba sola, tampoco se le conocían amigos.
Las alabanzas a su prima habían cesado. En las pocas ocasiones en que Ana y yo la veíamos cuando íbamos a buscar a la muchacha, se dedicaba todo el tiempo a alabarse a sí misma.
            En las reuniones con Alexandra, ésta se mostraba cariñosa y contenta, su risa era clara, contagiosa, demostrando disfrutar mucho de nuestra compañía. Asidas a sus palabras viajamos a mundos luminosos y encantados, encontrándonos con los seres mitológicos y fantásticos que los pueblan. Hadas, sílfides, duendes, dragones, unicornios, elfos, magos, brujos… Nada nos sorprendía. Eran reales.
            Para nuestras mentes abiertas y expandidas, era normal que se borraran los límites impuestos entre la realidad y la fantasía; adueñándonos del conocimiento de que todo lo creado por la mente humana, tenía su intrínseca forma de existencia.
 
            Una tarde Ana y yo fuimos a buscar a nuestra nueva amiga como habíamos acordado. Nos quedamos pasmadas delante de la puerta del apartamento de Mercedes. Mi mano levantada en dirección al timbre, quedó congelada a medio camino.
            Los gritos desmesurados de la prima de Alexandra, se escapaban por la ventana entreabierta de la sala.
            –Estoy cansada de repetirte una y otra vez que bajes ese ego desmesurado que tienes. Te crees cosas y no sabes nada de nada, eres una ignorante. Yo sí poseo todos los conocimientos y el poder, tengo poderes que ni te imaginas. Y tú no convences a nadie diciendo eres extraterrestre. ¿Qué extraterrestre de qué? A ver dime, ¿de qué planeta eres? Lo que estás es loca. Nadie te cree ni te creerá nunca ese disparate. Te sobrellevan porque te tienen lástima. Todos se dan cuenta de lo loca que estás.
            Ante aquel zafarrancho de gritos sin respuesta, pues sólo oíamos su voz, mi amiga y yo parecíamos dos esfinges; valga indicar que con la boca abierta. No sabíamos qué hacer.
            Cuando logramos recuperarnos un poco del asombro, Ana comentó:
            –Esto pinta mal.
            –Muy mal –agregué. Sin pensarlo más, decidí tocar el timbre.
            Hubo silencio y una breve demora para abrirnos la puerta. Lo hizo Alexandra con rostro inexpresivo, sólo una agitación de mar revuelto se apreciaba en sus ojos.
            –No se preocupen. Estoy bien. Vámonos –comenzamos a andar despacio–. Iremos a la costa, quiero contemplar el horizonte, ver como las tonalidades azules del cielo se unen con las del mar, para conformar un Todo.
            Ninguna volvió a hablar hasta llegar al lugar que Alexandra había elegido. Nos sentamos como pudimos sobre las rocas. La vista de la muchacha se perdió en el horizonte.
            –Hoy es nuestro último encuentro. Mañana regreso a mi casa. Terminan mis vacaciones –hizo una pausa sin dejar de contemplar el horizonte–. Tomémonos de las manos. –Y ya no dijo más.
            Lo hicimos, e inmediatamente nos vimos envueltas en increíbles visiones. Esta vez no fueron seres mitológicos los que poblaron nuestras mentes. Se abrió el Universo con sus soles, miles y miles de planetas: gélidos, ardientes, gaseosos, áridos, exuberantes, vivientes, increíblemente hermosos se nos mostraban. Seres con diferentes y asombrosas morfologías; también humanoides. Y naves; naves espaciales de alta e incomprensible tecnología. No puedo asegurar cuánto duraron las visiones, porque perdí la noción del tiempo.
            Al regreso Alexandra nos pidió la dejáramos en la puerta. Nos abrazamos.
            –Quiero que sepan que son mis amigas y las amo. No mantendremos contacto. No hace falta. Ya estamos unidas. –Fue lo único que dijo.
            Ana y yo nos alejamos calladamente. Nos entristecía la partida de la muchacha, pero a la vez nos inundaba el recuerdo de las tan reales y maravillosas visiones que habíamos compartido.
De vez en cuando Marta, la mamá de Ana, recibía noticias de los padres de Alexandra, haciéndole saber que estaban bien. En cierto modo eso nos consolaba a mi amiga y a mí, el enterarnos, aunque fuera de forma indirecta que la muchacha estaba bien. Respetábamos su decisión de no mantener contacto con ella. Tampoco volvimos al apartamento de Mercedes, ¿para qué?; no se nos había perdido nada allí.
            Tiempo después Marta recibió una carta de los padres de Alexandra, contándole que la familia estaba muy preocupada. Una vecina de Mercedes les había comunicado que, desde hacía muchos días, no la veían ni salir ni entrar en su apartamento. Tocaban a su puerta y no abría. Pensaron que quizás no estaba. Pero lo inquietante era que por las noches se oían venir de allí ruidos extraños, gritos terroríficos, pareciendo venir del inframundo.
            Los vecinos asustados llamaron a la policía, temiendo algo muy malo le estuviera ocurriendo a la mujer. Por dos veces acudió la policía, con el consentimiento de los mismos vecinos forzaron la puerta para entrar. Nada. Ni vestigios de Mercedes, el apartamento se encontraba vacío dando la impresión de hallarse deshabitado.
            Dos jóvenes que ocupaban el apartamento contiguo arreglaban la puerta, para evitar la posibilidad que entrara algún intruso. Sin embargo, el desafuero nocturno no paraba, todas las noches se oían aquellos ruidos y gritos que ponían los pelos de punta. De Mercedes no se sabía nada, como si hubiera desaparecido en el aire, o se la hubiera tragado la tierra.
–Mañana salgo de viaje hacia provincias a supervisar asuntos de trabajo. No puedo ocuparme de investigar lo que está pasando –nos explicó Marta.
            –Mamá, ni se te ocurra pedirme que lo haga yo –en la cara de Ana se veía claramente que estaba asustada–. La misma policía no entiende qué está pasando allí, ¿qué podría averiguar yo? Definitivamente no. No iré.
            Se cruzó de brazos y sin titubear me lanzó la pregunta:
            –¿Qué vas a hacer?
            –Aún no lo sé –le contesté.
 
            Haciendo uso de un valor hasta el momento desconocido, entré al edificio de apartamentos y me planté ante el de aquella mujer que estaba resultando ser una incógnita, manteniendo en vilo a todos.
            No atiné a tocar el timbre. Permanecí parada frente a la puerta cerrada por largos minutos. De pronto, tomándome por sorpresa, escuché un rozar de maderas como si desde dentro trataran de abrirla; hasta conseguirlo.
            Allí estaba Mercedes con una cara grotesca un tanto distorsionada, intentando una sonrisa que más bien era una mueca. Detrás de ella no se veía nada. Ni una luz, únicamente oscuridad.
            No hablamos. Sólo nos miramos a los ojos. Los suyos reflejaban tinieblas y caos. Hizo un gesto invitándome a pasar. Sostuve la mirada sin moverme. En mi ayuda acudió presurosa la imagen de Alexandra. Como en una película volvieron a desfilar ante mí mundos luminosos, y seres mágicos. Recordé las palabras de la muchacha sobre su prima, y el temor de que cayera en la dimensión oscura de los egos, siendo absorbida por ésta.
            Era obvio, Mercedes había elegido. Supe instintivamente que ahora me tocaba a mí.
            Serena y consciente de poseer un aplomo nunca antes sentido, giré dando la espalda a la mujer con la intención de alejarme, de poner distancia entre las dos. Oí el fuerte golpe de la puerta al cerrarse con furia. Caminé apresuradamente hasta salir del edificio.
            Ya en la calle, corrí y corrí sin mirar atrás.
            Acababa de elegir.