Arañazos de tinta en las paredes,
delimitando una circunferencia aniquilante;
territorio perdido
ante el poder de los dueños alternos:
potestad del miedo,
embargo de paz
por voces de metrallas,
ojos intermitentes,
protestando en silencio
por una tranquilidad arrasada.
Es hoy el poder del delinquir en lucha
la potestad y el dominio,
reflejo de los conquistadores
de la victoria, del deseo.
Lentos antojos de sapiencia
naciente en cuerpo joven,
gusto por un universo diverso
del dado por el entorno.
Deseos propios, fuera del huraño
despunte de alientos
pandilleros.
Vértigos de libertad enmelados
por la letra nueva, por la invasión
perfecta de los números,
potenciadores de alternativas,
de cosmos aleatorios para
enmendar el nuestro.
No para ser paraísos humanos.
No para cercenar los anhelos de equidad.
No para hacer del libre albedrío
una guillotina de inocentes.
Reseca garganta clamando
por cambio,
por desahucio
de los amos de las balas perdidas,
de los intentos de hacer
de la violencia un reino de
terror incrustado con sonoridad
de víctimas yacientes.
Tu cuerpo huyendo en líquido
hacia la no violencia,
compartiendo tu tiempo con la construcción del yo,
de una trascendencia de todos,
pero olvidada o alienada por el interés,
por la desidia,
por la impunidad.
Tu mente de hacedor buscando un universo
para regenerar la existencia.
Fuga en armonías y pentagramas.
Deportes asiáticos reivindicando la
energía y encausando las iras
para usarlas en el momento adecuado,
para enarbolar la serenidad.
Paladines aparecidos,
chantajes empotrados en
corazones de vecinos.
Barrio estirando sus extremidades
en eterna súplica a
una justicia inalcanzable.
—Tus pies hundidos en la
sangre de tus habitantes.
—¡Destino urbano en antropófago
carácter replicándose!
Nota de caótica musicalidad
sangrando los hogares.
Paredes convertidas en cedazos,
en puntos de saeta para las prácticas de sonrisas,
de triunfo
de un premio de aniquilación.
Tus calles buscando diariamente
los puntos de fuga de la vida
escurridos en cada cañonazo.
Estruendos volatilizados en pólvora,
perfumando el aire de la ignominia.
Tu dislocado cuerpo
yaciente en una calle terrosa.
Tu sangre invadiendo la hoja cortante.
Picoteada vida huyendo por las cuevas
hechas en tu carne.
Solo una guitarra replicando tu caída
en cuerdas retumbantes de angustia.
Su estertor acallado con pisotones
vengativos por tu no anexión,
por tu elección diversa
ante una imposición generalizada,
por tu edad en ese barrio aniquilante.
Cuchillo empuñado para
antropófagos deseos…
Esa mano sacándome de mi escondrijo,
llevando en feroz viento mi cuerpo
para un
telos ya aprendido,
ya constante;
exhibiéndome desde la frente
para, con un santiamén blasfemo,
lavar el futuro
que mi filosa lengua
convertiría en caverna rojiza.
Vuelo en ecos cortantes,
que cada noche
entono en cuerpos acoquinados
su respuesta de alaridos amedrentados.
Prisionero ante decisión ajena.
Cansado de lucir mi filo
ante ojos atónitos.
¡No a este reinado de terror!
No me inquieran su muerte.
Es algo que prodigo sin desearlo.
¡Perdón por el luto ajeno causado!
¡Humanidad aniquilante de su propia carne!
En euforia, golpe tras golpe.
Un cuerpo ensangrentado
con fuerza de odio infundado.
Solo por seguir lo dicho,
por los acribillados de conciencias.
Solo por no tener a quien seguir;
por llevar una bandera ajena,
que disfrazada de familia,
acumula vidas devoradoras de existencias.
Doce cuevas en tu cuerpo,
esa noche se abrieron y en fuga veloz
salieron los alientos rojos de tu existencia.
Consumida venganza te dejó en la calle:
un recuerdo de un aliento
y una nota acribillada en tu costilla.
Tu último pensamiento hundido
en los deseos inarmónicos de las cuerdas
cayó en el pavimento.
Solo pudiste escuchar el eco
de la voz triunfal tras tu deceso.
Sin embargo, llegó a tu casa
e invadió los oídos de tu madre:
alma derretida sobre tu ya no cuerpo
que muerta en vida llora
desviviéndose.
Solo oyéndose…
—Cada día estertores acumulados
escapados junto a la rota guitarra.