ROCÍO PRIETO VALDIVIA -MÉXICO-
PÁGINA 11
Barbie y Ken
Algunos lunes al iniciar la semana, tú te sentirás un poco abrumado y no sabrás el motivo, tal ve sea que después del fin de semana y estar tras en tu computadora por más de 15 horas seguidas, atento con la vista puesta en la pantalla con los auriculares mal colocados con la cara de pocos amigos, según tú escuchando las explicaciones del tutor de esa séptima maestría que te empecinaste en tomar aunque te deja muy agotado con mal humor. Te dices a ti mismo que siempre es bueno la actualización porque cada día hay menos oportunidades para los hombres de tu edad.
Aunque tú bien sabes que los lunes el maldito embrujo de Matel te mantiene prisionero, muy temprano te despiertas, le mueves el brazo con mucho cuidado a tu esposa para salir de la cama, te enfilas hacia la sala, la tenue luz de la luna es tu única compañía.
Afuera de tu casa, escuchas el llanto del bebé recién nacido de tu vecino, el pequeño Bastian aún no termina de acostumbrarse al frío que se siente afuera del vientre materno, y llora tanto de día como de noche. En vez de enfadarte, hoy te da alegría y a la vez te compadeces de tu vecino.
Tú ya pasaste por esa etapa con tu beba la que ya solita duerme en su cama de convertible rosa, junto a su muñeca Barbie en la habitación, también pintada de rosa y que está contigua a la de ustedes.
Y por fin has recuperado tu espacio en la cama, a tu mujer.
Después de casi cuatro años de esperar a que se durmiera la nena para irte a la sala y cogerte a tu mujer, dejarla complacida para que no te hiciera una escenita de celos, algunas veces mientras la nena estaba en el maternal llegaban ambos un poco antes a casa y te la cogías, después se iban por ella y muchas de las veces la maldita abstinencia te hacía caer en el maldito juego de la seducción, esa parafernalia de tener dolor en los huevos, el semen se te salía unas gotas y sin más remedio para descargar tus ganas sin tener que masturbarte, aceptaste las besuqueadas con alguna de tus conquistas o más bien ellas te besaron al verte tan vulnerable, y derramabas el semen en tus bóxers.
Pero hubo una que no accedió y de la cual te has quedado enamorado, prendido, la deseas como a ninguna otra mujer, como Ken desea casarse con Barbie y no lo logra jamás.
Esa mujer tiene cada día tu tiempo por las mañanas, tú prendes tu computador y mientras se reinicia el sistema, te preparas un café sin azúcar, ese líquido amargo te enciende el organismo, el cerebro segrega dopamina al instante cuando ves las fotografías de Rebeca siempre vestida con ropa sexi, sonriendo, el rosa Barbie es su color favorito.
Ella enseguida cuando ve en línea te aborda.
—Buenos días. ¿Cómo va la vida en la frontera?
Ella te envía una fotografía donde se ven unas flores color rosa.
—Pensé que era tu…
—¿Quieres ver algo más que flores?
Ella te manda una fotografía donde se muestra sonriendo, tiene una blusa rosa Barbie, se le ven un poco los pechos, tiene entre los brazos un pequeño bebé, parece un recién nacido.
La ignoras, pero dentro de ti algo crece como la fermentación de la levadura en la masa para una pizza.
Vas poniendo cada ingrediente con delicadeza, restauras su silueta, sus labios pintados de Borgoña, su cabello sujetado con una coleta alta, sus ojos color ámbar que te volvían loco, ella no es delgada, pero te encantaban sus grandes pechos, sus caderas que se habían ensanchado con la maternidad. Esa sonrisa que a diario buscas en las otras chicas y que sabes no vas encontrar en ninguna de ellas jamás.
Rebeca es como una muñeca Barbie dentro de su caja rosa y hace que tu virilidad te haga derramar semen todas las mañanas, sobre todo los lunes, los malditos lunes cuando la vuelves a ver conectada porque la cabrona es muy astuta, los fines de semana te da tu espacio y no te molesta, no sube fotos de ella, no postea nada.
Y no es porque sus fotografía sean provocativas, es tu cerebro el que actúa como un estúpido retrógrada y te hace sentir placer de ver a esa mujer, pero lo que tú no sabes es que ella siente lo mismo al ver tu perfil, te recuerda, le gusta tu sonrisa que la hacía sentirse en Malibú, se veía a si misma como una Barbie, eres el Ken perfecto, tú eras el único con quien ella podía ser lo que quisiera, cuando te marchaste se sentía pérdida, olvidada en un rincón con los cabellos abortados, le faltaba una zapatilla, y solo le quedó el recuerdo cuando estaba en una caja y lucía tus palabras sólo para ella.
Te ama como Barbie ama a Ken, te lee con tu sarcasmo. Ella al igual que tú se levanta despacito, le quita la mano a su pareja de su cuerpo, las luces de la ciudad le iluminan el rostro, mientras los lobos marinos se escuchan a lo lejos, el silbato del crucero anuncia su partida se dirige a la cocina, prende la estufa y mientras hierve el agua para el café enciende su teléfono, ve tus "likes" y enseguida te aborda, sabe que bastarán unos minutos para que le contestes.
Entonces empieza el juego de la auto seducción, ella te va llevando en su convertible y por cada paraje, en cada cambio de luces te hace el amor, tú tienes esa estúpida sonrisa de los lunes en el rostro y ella también es feliz de que sea lunes de nuevo, después de unos minutos ambos volverán a dormír. Iniciarían un poco más tarde sus labores esperando a que llegue la madrugada para volver intentar a ser Ken y Barbie de nuevo al clarear el alba.
* * *
Dos de azúcar y un libro/Rocío Prieto Valdivia
La última vez que vi a Leonora estaba sentada junto a la ventana que daba hacia el lado izquierdo de la entrada del café, su rostro resplandecía con los rayos del sol, sus manos eran delgadas, nacaradas recién se había hecho la manicura.
Me gustaba verla llegar siempre con una sonrisa que a mí me abría el paraíso, sus ojos color ámbar siempre alegres. Le encantaba el café con dos cucharadas de azúcar y leche descremada. Debí ser una estúpida al no percatarme que poco a poco sus manos se iban manchando y a duras penas podía sostener el libro que cada día ella llevaba para leer.
Recuerdo que cuando Sandra inauguró el café hubo poca clientela, las mesas estában adornadas con macetas color blanco y orquídeas color púrpura, los manteles blancos con rombos azules cubrían el mosaico que Sandra mi socia se empeñó en poner a las mesas.
En las blancas paredes colgaban cuadros de colores neutros. Al fondo de la cafetería había un gran árbol de jacaranda, daba unos alegres racimos de flores, a un lado pusimos una repisa repleta de libros algunos estaban a la venta otros eran para los clientes.
Habían pasado pocos atardeceres cuando la ví asomarse con mucha emoción de haber encontrado el lugar perfecto para huir unos momentos de la extenuante rutina de todos los días, su trabajo quedaba a pocas cuadras.
Ella siempre pedía algún postre libre de gluten, mientras deglutía cada pedacito del pastel lo disfrutaba mucho, y entre el voltear y voltear de la hoja, lo terminaba de leer muy rápido. Al cerrar el libro en su rostro se reflejaba la alegría de esos momentos con ella misma en un acto egoísta de envolverse en las historias de los muchos libros que quizás había leído ya.
Los meses fueron pasando, me sentía muy atraída por ella, una tarde de noviembre la vi usar audífonos y traía una tableta, yo atisbé por encima de su hombro, y leí unos cuantos párrafos mientras que le llevaba su café está vez lo pidió frío y con popote, me pareció sumamente raro que de pronto cambiará de gustos pues llevaba meses pidiendo lo mismo cada vez que asistía.
Sus visitas al café se fueron espaciando, todo ahí me parecía tan insípido sin la presencia de Leonora, me había enamorado de ella, pero me daba pena confesar lo que sentía ¿y sí me rechazaba?
Quería conquistarla, fragüe un plan; todo estaba ya en mi mente trataría de escribirle un poema, estaba segura que Leonora quedaría encantada con aquella muestra salida de mi alma.
Así que algunas tardes me quedaba leyendo junto al gran árbol que ya no daba flores y de repente se secó, no sé si fue un presagió o solo concluía su ciclo de vida.
Nos dio muchísima tristeza despedirnos del árbol, entre eso y la pandemia del 2020 cerramos unos meses el café, cuando todo se hubo estabilizado volvimos reabrir el local, muchos clientes ya no volvieron entré ellos Leonora.
El invierno vino más crudo, las vacunas por fin habían llegado y poco a poco fuimos volviendo a la normalidad, no sé cuántas veces evoqué a Leonora, y una tarde por fin hubo noticias de ella.
Llegó un mensajero con una donación de libros, al abrirlos todos tenían el nombre de Leonora, había fallecido al finalizar el invierno víctima de la esclerodermia esa enfermedad silenciosa que le impedía disfrutar de lo que ella tanto amaba.
En un último intento por volver al lugar que la hacía tan feliz, volvía en esencia.
Hoy por la tarde mientras el sol cae, y las personas entran y salen del café evocare a Leonora, recordaré sus manos, mientras disfruto de un café con leche descremada y dos de azúcar mientras evocó la primera vez que la vi entrar.
Y leo algunas frases que ella dejó en las páginas de sus libros para creer que también Leonora me amaba.
* * *
El triciclo
Al tomar un portarretratos la vida se detiene un instante; en la máquina de coser sobre una carpeta yace la fotografía ese último momento junto a tus padres, a lo lejos se ve Ana María tu prima montada en el triciclo que tanto amabas, se siente dueña y señora del vehículo. Tú sabes toda la verdad sobre tu larga estadía junto a tus abuelos maternos, tus padres no te abandonaron como te lo hizo creer tu odiosa prima Ana María.
Cierras los ojos, quisieras regresar al momento de la fotografía y abrazar a tus padres, y que no fuera jueves, porque los jueves era el día que la pipa pasaba a dejarles agua a tus abuelos.
O borrar el recuerdo que te hace sentir tan impotente, te dices a ti misma que debiste bajar a tu prima del triciclo, pero todo es inútil, ya. Cierras los ojos y crees volver escuchar los rechinidos, ves tu triciclo venir hacia ti, es jueves la pipa se queda sin frenos, tus padres corren para salvar a su sobrina.
En un instante te convertiste en huérfana.