JUAN SEBSTIÁN SAMANIEGO RANONI -PARAGUAY-

Hombre Musgo
 
          "Quizás convivimos en el mismo laberinto de caminos misteriosos en los que él peregrinó austeramente toda su vida sin llegar nunca a encontrar una salida."
F. Kafka
 
 

I

 
Las luces de la ciudad se observaban lejanas y lucían borrosas a kilómetros de distancia arriba desde ese cerro. El Hombre Musgo se acercaba a Pendeyara, la urbe donde vivió toda su vida y lugar en el cual su familia fue masacrada. Regresaba buscando vengarse de los responsables, desde la inconmensurable selva adonde tuvo que escapar, hacia donde había sido expulsado y considerado muerto por las autoridades de la citadela.
Estuvo vagando por páramos tupidos repletos de ciénagas inexploradas por quien sabe cuántos años, repleto el lugar de todo tipo de predadores, saturación, oscuridad, enfermedades y alimañas. Un lugar húmedo por los monzones que duraban meses, a veces años. Le costó mucho recordar todo lo que le había llevado a convertirse en mitad hombre, mitad planta, mitad animal que era ahora. Sus pensamientos eran rechinidos y su voluntad apenas respondía a la razón de un cerebro humano.
          Había perdido el habla, su voluntad era ya instintiva, muy primitiva, pero todavía recordaba las caras y sonrisas de su esposa e hija asesinadas. Fue hace un lapso muy atrás en el calendario y el Hombre Musgo no podía organizar bien sus ideas. Le costaba discernir entre sus deseos de comerse en un voraz mordisco la cabeza de una iguana viva o reconocer su figura cuasi humana en el reflejo del agua oscura del pantano.
 
 
II
 
La historia de su decadencia comenzó en una tranquila periferia residencial dentro de Pendeyara. Nombres o caras casi no recordaba; tuvo una esposa fiel y una hija pequeña de no más de diez años. Retazos de su memoria fueron recuperados gracias a las habilidades de los doctores X y Z, unos bizarros ermitaños. Habitantes, estos hombres de ciencia y largas barbas, de un búnker en algún rincón oculto de la selva. Ellos lo encontraron ya sin signos vitales y lo volvieron a la vida. Todo esto ocurrió en la frondosidad vegetal, salvaje, agresiva y lluviosa que rodeaba las afueras de la citadela. Más adelante se desarrollarán los detalles de su trágica y violenta diáspora personal; cómo los doctores X y Z lo rehabilitaron. Ahora es preferible plasmar lo que nuestro protagonista, el Hombre Musgo, era antes de convertirse en la bestia agresiva, voraz y vengativa en la cual mutó.
Su casa en Pendeyara tenía el aspecto de alguien con un sueldo de clase media, era maestro de ciencias y literatura en el instituto primario adonde su hijita asistía. Su esposa era diseñadora de interiores y llevaba una vida familiar simple sin casi ninguna emoción desequilibrada.
En fin, una vida sin sobresaltos, casado ya hace más de una década todo iba tan bien, o normal, tanto que todo comenzó a difuminarse en un censo de los DU (Delegados Urbanos) que se encargaban de contabilizar ciudadanos y registrar las actividades, sospechosas o no, de todos los habitantes. Era una sociedad de estricto orden y control político-militar que tanto como favorecía al mantenimiento de la paz, se dislocaba muchas veces en la cornisa de los derechos individuales de los pendeyarianos. Si uno no se salía del libreto social o dogmático predominante nadie tenía porque ser castigado u oprimido.
 
 

III

 
Pendeyara tenía una estructura muy avanzada en tecnología de defensa militar, que consistía principalmente en un escudo con rayos de plasma desintegradores. Este armamento se situaba por todo el espectro del cielo, como formando un campo de fuerza invisible que no dejaba que ningún invasor, sea proveniente de la selva o de otro lugar, intente entrar sin autorización.
En una tarde radiante, las clases en el instituto estaban por finalizar, nuestro protagonista ya había dado la hora libre a sus estudiantes como era su costumbre. Estos se encontraban en el soleado patio recreándose entre sube y bajas, toboganes, correteando de aquí para allá entre carcajadas y travesuras infantiles. Su hija pequeña se encontraba entre los inquietos niños. De pronto recibe una llamada al celular, era su esposa, que estaba en el centro de la ciudad terminando un negocio con un cliente suyo. Le comentó acerca de lo que iban a cenar esa noche, entonces se escucha un estallido potente y ensordecedor al teléfono. Continuados de unos gritos de pánico y otras personas que sonaban aterrorizadas alrededor de ella a través del auricular del móvil. Él fue invadido por la desesperación y trataba de conseguir explicación intentando que su esposa le exprese qué sucedía. Pero la llamada comenzó a tener serias interferencias y no pudo entender nada hasta que lo último, lo único que pudo deducir de la voz de su enamorada fue "esconde a nuestra hija, sálvense por el amor de...". Eso fue todo, una voz tiesa, temblorosa y él quedó estupefacto, mudo no podía digerir eso en un par de segundos. Cuando giró luego la cabeza vio a un gigante reptil con alas sobrevolando el patio del instituto. Gruñía y se aprestaba para bajar al suelo.
La escena se había hecho una pesadilla agonizante e irreal, unas naves militares veloces se aparecieron, perseguían a la bestia en vuelos erráticos. Los niños corrían a todas partes algunos siendo devorados en vuelo rasante y secuestrados por las fauces o garras de la bestia voladora. Los militares, con sus potentes naves y armas continuaron la cacería del monstruo. Sin temor a tener bajas civiles, algunos niños y otros adultos del lugar eran desintegrados con el fuego amigo de sus propios protectores. La bestia parecía huir, se alejó hacia arriba primero, luego se dirigió al horizonte norte huyendo. La hijita se había escondido bajo una de las hamacas, estaba entera y gritaba ayuda a su padre. Éste realizó un salto de casi cinco metros al rescate. Tomo a la chiquilla por debajo de los brazos arrastrándola hasta el estacionamiento donde se encontraba su automóvil, así pudieron escapar derrapando caucho en el asfalto y desesperación en el aire. Era una terrible, fragorosa escena de mutilación, horror, vísceras, aquella temible bestia voladora y naves con armas desintegradoras devastaron el lugar.
 
 

IV

 
Los doctores X y Z vivían a ciento cincuenta metros bajo el húmedo suelo de la lluviosa selva perimetral pendeyariense. Científicos atípicos en su moral, extraños en apariencia, barbudos pero brillantes y precursores a la hora de aplicar conocimientos en muchos campos de la ciencia. En un búnker fabricado por ellos, nadie en verdad sabe desde cuando habitan ese lugar ni de donde provienen. Ellos mismos no poseen memoria por razones que nunca se sabrán.
Muchas leyendas sobre ellos en Pendeyara hablan de X y Z siendo tan irreverentes con sus propios experimentos, que carecían absolutamente de códigos o frontera en sus persecuciones al éxito de experimentos que desafiaban la ética y la lógica por sobre todo. Uno en especial que habla de cómo en una batalla por demostrar valía, pues uno de los doctores desafío al otro a borrarse mutuamente la memoria. Buscaron fórmulas químicas mezcladas con choques eléctricos por más de un año para conseguir como lograr olvidarse que se conocían. Que ese sería el origen por el cual ni X ni Z saben desde cuando habitan aquel laboratorio subterráneo en quién sabrá cual rincón fuera del radar en medio de la selva húmeda.
En uno de los viajes fuera del laboratorio, el doctor X fue arriba a la superficie a buscar frutas y muestras, Z que se había quedado en el búnker le dijo por el radio que buscara dentro de los huecos enormes de los gigantes árboles. Pues siempre había animales muertos ahogados en ellos, como dejó de llover hace un par de días, era seguro salir recién ahora que el agua había descendido lo suficiente para andar a pie. Durante los extensos períodos de lluvia los huecos de las plantas más frondosas se convierten en refugio de muchos animales terrestres, acuáticos, insectos y pájaros. Eran como trampas naturales que podían revisarse después de cada diluvio. Era temporada de cosecha en la selva pendeyariense decía X a Z por el radio mientras recogía a una bestia colosal muerta: un caimán de cinco metros de largo y casi ciento ochenta kilos que no se había ahogado, pero al parecer fue atacado mortalmente por otro animal, teniendo así rota la columna.
Z permanecía abajo en el búnker; mientras X exploraba, llenaba unos frascos con insectos del tamaño de un perro, recogía frutos de la naturaleza y cadáveres de animales que fueron verdaderas fieras de lo salvaje. Ese día exploró mucho, por sobre todo los huecos arbóreos pues tenía en mente hacer muchos experimentos con todas las muestras posibles. Mientras más opciones de especies, clases, razas o tipos de adn o células vivas (muchas veces muertas) siempre mejor. Creaban plantas zombi que volvían a la vida mezclándolas con material genético animal. Convirtieron toda una raza de felinos en pequeños jaguares con pelaje, orejas y otras partes del cuerpo hechos de vegetales. Tenían hojas y ramas saliendo por fuera mientras que por dentro constituidos de fibra, hueso y carne como cualquier otro animal, al cual por cierto lo habían domesticado a su antojo, pues siete de esos experimentales ejemplares eran sus más fieles mascotas.
 
Nacido en el año 1984 y residiendo actualmente en Asunción, Paraguay. No posee ningún título universitario ni grandes méritos que avalen su trabajo; sus conocimientos sobre redacción y estilo literario los adquirió a fuerza de práctica, insistencia y mucha pasión por el arte de la escritura.
Dedicado generalmente a la lectura de libros y materiales sobre filosofía y letras es que fue encontrando su proceso y forma. Esta reseña no dice mucho ni dirá de más, ya que sus escritos hablan eficientemente por sí solos, siendo los verdaderos protagonistas del quehacer autodidacta literario que practica.
Pueden encontrar sus obras en la plataforma de lectura y redacción virtual Wattpad con el usuario Yojuanser.
 
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