VICTOR JOSÉ OLIVA MARTÍN-MÉXICO-

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Víctor José Oliva Martín, nacido en la ciudad blanca, Mérida – en el estado de Yucatán. Amante de las bibliotecas y de lo que representan en nuestra sociedad, lugares donde se recopilan los pensamientos, creencias, espíritu y alma de personas que no querían irse de este mundo sin haber dejado algo en que pensar para las futuras generaciones, y contando con la esperanza de que su trabajo pueda compartir estante junto a los más grandes escritores del mundo. Observador de los detalles de la naturaleza para plasmarlas en papel, con fuerte preferencia en las fuertes e inclementes olas del mar. Estudiante de universidad y con la pelea constante de ser escritor a pesar de las fuerzas externas que quieren dictaminar lo contrario. Con participación en talleres literarios, así descubriendo su propio estilo y puliéndolo como a un auto que lo llevará hasta donde se alza el crepúsculo, a un lugar hermoso.
Escribe sus propios cuentos, especialista en provocar toda clase de emociones al lector y que no se quedan a medias en provocarle melancolía, miedo o incluso asco. Todos tenemos una historia que relatar, lamentablemente no todos encuentran el coraje para hacerlo.  Y debido a situaciones de la vida, es necesario enterrar la cobardía y resucitar nuestro coraje para ser capaz de darnos a conocer y ser recordados en un futuro. Y si después de todo al final no nos lee nadie, habremos renacido como mejores personas.
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LA ISLA DE LAS MOSCAS
 
             Yo el capitán Grealore, seguido de mi desdichada tripulación, fuimos azotados por una feroz tormenta que retembló los fuertes y sólidos cimientos de nuestro navío, hasta dejarlo al borde de un inminente colapso. Además, por si fuera poco, estábamos del todo fuera de curso, desorientados. Completamente perdidos, morábamos dentro de una tétrica atmosfera de incertidumbre y desesperación. Dado lo grave de nuestra situación, donde cada acción y movimiento podía hacer una diferencia entre la vida o la muerte, buscamos desesperadamente alguna salvación. Y así todos, con catalejo en mano bien agarrado, tuvimos la dicha de vislumbrar a lo lejos el puerto de un pueblo pesquero, puerto que desde la distancia parecía abandonado. Esto tenía banderas rojas en todos lados, que nos trataban de indicar, que algo no andaba bien en aquel solemne lugar, pero volteé la mirada hacía mis hombres, y vi sus caras repletas de satisfacción y júbilo, así comprendí, que cualquier calamidad que pudiese venir era mejor que seguir faltos de rumbo alguno con nuestro destino atado a fallecer en mar.
            Llegamos a la costa con nuestro barco casi consumido completamente por la furia del mar, desembarcamos sin que nadie nos lo impidiera, di gracias al señor ya que estuvimos exentos de complicaciones. Ya tocando tierra firme, apreciamos a detalle las deplorables condiciones del océano por el que habíamos navegado, cuyo estado no notamos a causa de nuestro éxtasis previo. Puedo describirla, como el agua impura que sale al abrir un grifo corrupto en su totalidad a causa del óxido.   
            Y así, después de dejar nuestro barco en el astillero, decidimos ir por provisiones o por algo que hacer para asesinar nuestra ya larga inacción. El pueblo nos hizo contemplar su asfixiante melancolía, tampoco se nos pasó desapercibidas las caras de pocos amigos de los lugareños, los cuales pasaban a nuestro lado sin siquiera mirarnos, extraordinario considerando que éramos forasteros. Pero las caras largas fueron lo de menos, ya que al llegar al mercado y transitar por sus sombrías calles, nos sorprendió un espectáculo tan asqueroso a la par de repulsivo. Primero vimos una colosal mancha negra seguido de un estruendoso zumbido que hizo retumbar mis pétreos oídos, eran moscas. Revoloteaban vilmente en masa sobre las tiendas, haciendo casi imposible ver el grisáceo cielo. Las horrendas criaturas, intentaban alcanzar desesperadamente los alimentos que estaban en exhibición, pero sobre ellas, las aves se encontraban al acecho, y vimos cómo inclementemente, se lanzaron feroces hacía las moscas, devorándolas. Sin embargo, a pesar del esfuerzo inmenso que las aves desempeñaban el enemigo era muy numeroso, por lo que algunas moscas si alcanzaron a tocar la comida, y con tan solo un toque de sus putrefactas y delgadas extremidades, el alimento tomo un podrido aspecto. A mis hombres y a mi nos repugno aquel fugaz y retorcido escenario, recuerdo bien la poca importancia que esto tuvo con los clientes presentes en el lugar, que continuaban su camino como si nada. Incluso nosotros siendo marineros, lobos de mar capaces de soportar las potentes mareas del vasto mar, nos sentimos asqueados al tener que hacer nuestras compras, en un lugar tan inmundo como ese. Pero como dicen: “Un hombre hambriento es capaz de todo” por lo que seguimos nuestra travesía por los comercios.
            Nuestra desesperación estaba en incremento, ya hacía muchos días que no comíamos algo en condiciones, deseábamos zamparnos alguna delicia extravagante, pero amarga fue nuestra reacción, al descubrir que no existía rastro alguno de ningún crustáceo, cefalópodo o pescado en condiciones para comer, todo parecía de la más baja calidad, y en retrospectiva, me llegue a sentir como estúpido ya que era algo que debimos haber deducido por el tipo de mar que estás personas poseían.  Tanto así, que era preferible agarrar las moscas que estaban volando sobre nosotros con nuestras desnudas manos, y comérnoslas crudas; eso nos traería menos malestar que probar algo de aquellos puestos. Decepcionados sobremanera, no tuvimos más remedio que romper el hielo con los lugareños para obtener algo de información.
— Disculpé señor —le dije a un hombre que paseaba junto a su hija —. ¿Dónde podemos comprar alimento fresco? — la niña soltó una risita que resonó dentro de mi cabeza. Y acto seguido el hombre clavó una mirada espectral hacía mi plana frente, y mientras me miraba, sentía un golpeteo insoportable en la sien.
— Forastero, lamento informarle, que aquí no ha habido algo fresco desde hace mucho tiempo.
            Al escuchar esto, decepcionados decidimos no perder más tiempo y nos dirigimos a la cantina local, para encontrar ahí las delicias que buscábamos en el alcohol. Ya pasado el tiempo y mientras más caminaba por las desniveladas calles del poblado, a causa del delirio que empezaba a apoderarse de mi cabeza, experimente un profundo interés hacia el lugar, ¿Cómo las personas podían vivir en semejantes condiciones? Me pregunté.
            Finalmente, logramos llegar a las puertas de la cantina, cuya imagen nos transmitió una mezcla homogénea de majestuosidad y soledad, la decoración era rica pero antigua y algo deteriorada. Los muros estaban cubiertos de cuadros que refinaban el ambiente, una vista mucho más cálida y agradable comparada con la del mercado. Pero sin previo aviso, hubo dos decoraciones que llamaron mi atención. Eran unas ostentosas pinturas antiguas, con un impecable marco de plata de un gusto exquisito. Me acerque a ellas, la primera retrataba a un gordo y horrendo niño en la playa, las olas tocaban sus desnudos talones. Se encontraba admirando su reflejo en el mar, reflejo que mostraba una versión más bella y estoica del muchacho.
            La otra, para mi pesar, tenía muchas similitudes con la escena que tanto asco nos provocó, pero con una diferencia. Mostraba a un grupo de cuervos comiéndose a un enjambre de mocas en pleno vuelo, nada por sí solo extraordinario, pero en la parte inferior del cuadro, se retrató, con una maestría sublime a las moscas devorando el pútrido cuerpo inerte y sin vida de una persona. Al haber visto aquellas pinturas, al final no pude resistirme, y tuve que preguntarle al dueño qué tipo de historia tenían las ilustraciones colgadas en su negocio.
— Disculpe buen hombre ¿Cuál es la historia detrás de esas interesantes pinturas?
            Antes de que si quiera el hombre pudiese voltear para mirarme a los ojos, atraje la atención de muchas personas hacia mi confuso semblante. Su respuesta, me dejo helada la sangre, tanto que la bebida sin hielo que tenía en mi mano se enfrió.
— Discúlpeme, pero su significado no puede ser dicho, sin mencionar la ruina de nuestra isla, no quiero arruinarles la estadía a mis clientes, ni mucho menos mermar el buen ambiente del lugar, espero pueda entender.
            Aquella respuesta estimuló mi curiosidad como nadie tuvo idea, y sin importar lo mucho que bebiera, sin importar el trago tan fuerte que tenía en la mano y que tome sin siquiera saborear, mi mente aún seguía enfocada, en aquel par de cuadros. Pasaron las horas, y mientras mis compañeros gozaban jugando dardos y cantando canciones, reflexionaba en la mesa más alejada en soledad, permaneciendo sentado durante una hora al menos. Con los ojos clavados en las paredes casi tan fuerte como las pinturas que admiraba, mi concentración tuvo un abrupto fin, cuando observé a un decrepito anciano acercarse a mí. Era un hombre alto, con una barba rasposa y vestido con un chaleco verde oscuro. Me regaló con sus labios una sonrisa amistosa, y se sentó tranquila y lentamente a mi lado. Tenía un potente olor a pescado.
—Espero no molestarle, pero escuché que usted está interesado en saber la historia que esconden los cuadros de este recinto. Pinturas que relatan las decisiones y acciones que hundieron a nuestra isla, al horrible estado que hoy puede observar.  
— ¡Sí! En efecto buen hombre, estoy interesado — respondí ansioso y mis movimientos hicieron que la base de la mesa temblara.
— Mi empleo radica en la costa, discretamente observé como desembarcaron hoy en la mañana, es un hermoso navío el que usted tiene.
— El S.S Grealore, una belleza en su clase… ¿Pero que hay con eso?
— Le diré que — saco un cigarro de su chaleco y lo encendió frente a mí—, a cambio de contarle la historia que tanto le interesa, tendrá que llevarme con usted, lo más lejos posible de esta isla.
            Después de pensarlo por algunos segundos, acepte su lógica oferta. Acto seguido, aquel hombre me conto como un libro abierto, una perturbadora y cruel leyenda contada de generación en generación.  
 
            “Esta historia es de un tiempo que hoy se conoce como arcano, cuando el mundo era más solitario e inclemente, con las personas diferentes”
           
            En una noche tormentosa de verano, en una remota isla que contaba con hermosas playas y atardeceres majestuosos, una humilde pareja dio vida a un inocente bebé, y desde el momento en el que la pequeña criatura dio su primer aliento existiendo en este mundo, sus progenitores ya sabían que contrastaría bastante con el pueblo que lo vio nacer. El muchacho creció y no contemplaba día alguno en el que no agradeciera haber nacido en esa isla, no porque lo tratasen particularmente bien, sino porque si hubiese nacido en cualquier otro lugar, lo más seguro es que lo hubiesen asesinado mucho antes como una abominación. El aspecto del niño era en extremo deforme hasta llegar a la monstruosidad. Incluso el más experimentado narrador, tendría complicaciones en describir la horrenda apariencia física con la que contaba, pero en muchos aspectos, se asemejaba a una mosca, con extremidades delgadas como fideos, y un cuerpo gordo y sucio, que decían que estaba lleno de la porquería inenarrable que tenía que comer por su estilo de vida humilde. Todo eso, le trajo al pobre chico burlas, abusos e insultos de los habitantes del pueblo, que lo hacían sentir miserable en cada momento de su en ese entonces corta existencia. La madre, al ver que había dado vida a semejante aberración, se avergonzó de su propia existencia y consumo el acto más bajo y ruin que cualquier padre o madre puede hacer a su hijo; abandonarlo.  Fue tanto el abuso mental como físico que sufría el chico que prefería no salir de su sombría habitación para protegerse de las cerradas mentes de los habitantes del pueblo.
            Su padre era un juguetero, le creaba a su hijo diversos juguetes para que así pudiera jugar feliz en soledad, el hombre cansado de no poder dotar a su hijo con buena alimentación trabajó arduamente para abrir un puesto en el mercado, y así finalmente pudo comprar alimento en condiciones para su hijo, brindándole comida diferente a la basura podrida a la que estaban acostumbrados a comer. Fue así, que el desdichado niño pudo conocer el más puro y nutritivo alimento del cual tuvo la oportunidad de degustar sin culpa alguna. Arrastrado hacía el vigorosamente por la marea, era un regalo que el pueblo nunca dudo en aceptar y recibir. El pez. Al probarlo por primera vez sus sentidos se agudizaron y se sintió purificado, ya no se sentía como una aberración, sino como otro niño más. Esto era porque la isla contaba con un océano de aguas cristalinas en extremo bellísimas, los peces salían en abundancia y tenían un sabor exquisito. Leyendas decían que, si uno veía reflejado en el agua de la costa cual espejo, era capaz de ver a su versión más bella, caminar en el mundo, historia que llego eventualmente a oídos del muchacho. A expensas de su padre salió de casa para poder tener la ocasión de admirar al hermoso ser escondido en su interior. Llego al mar, sus tobillos tocaron la marea y observó su reflejo, el océano se suponía debía reflejar a una monstruosidad horrenda, pero en su lugar, reflejó a un chico hermoso con cabellos dorados.
            El joven jamás había sentido tanta felicidad, comía y comía el pescado que su padre le brindaba para así poder tener el hermoso aspecto que veía en su reflejo. En su interior era hermosura pura, pero en el exterior su aspecto como las montañas se mantuvo firme y nunca cedió. Pasó el tiempo y el niño obtuvo una gordura mórbida y su apariencia empeoró. Su padre no tuvo el corazón de quitarle lo único que le hacía feliz en este mundo por lo que nunca dijo una sola palabra ante la obsesión de su hijo. Lastimosamente, ya sea por una jugarreta del destino, el hombre no pudo mantener el negocio a flote y no pudo volver a brindar a su hijo del alimento que tanto amaba saborear. completamente devastado, fue al espejo y observó a él horrendo ser que todos odiaban. Ni siquiera los juguetes que su padre le regalaba lo animaban. Desesperado no tuvo más opción que ir al mercado para poder encontrar lo que tanto deseaba, se disfrazó lo mejor que pudo para poder pasar desapercibido por la multitud, paso por las preciosas calles del poblado buscando algún puesto, alcanzó al mercado donde enseguida observó toda clase de manjares y delicias, desconocía tanto del mundo exterior que ni siquiera sabía que tenía que pagar por las cosas. No recibió más que insultos y burlas de los vendedores.
            Completamente devastado y con una ansiedad creciente seguía su camino, y observo como una multitud de personas se acercaban. Asustado, se escondió en un almacén que tenía la puerta semi abierta y ahí encontró, una pila de pescados muertos, su cara se encontró en éxtasis. Enseguida y sin perder tiempo, con sus desnudas manos se comió los peces. Estaba tan desconectado de la realidad, que no notó que había moscas sobre los pescados. El muchacho, sin darse cuenta se comía algunas moscas que aún estaban posadas en su alimento, los movimientos del muchacho eran tan rápidos que ni siquiera los ávidos reflejos de las moscas eran capaces de reaccionar ante ellos.
            Su atracón tardo más de lo esperado, tenía que regresar para no tener que preocupar a su padre, pero al salir del almacén fue descubierto por el dueño y le quito el disfraz en un arrebato de ira. Así todos en el mercado, observaron al obeso niño. De su boca caían hilos de sangre, y tenía moscas encajadas entre sus dientes, con todo lo que había comido y con la suciedad que tenía, parecía un monstruo directamente sacado del averno.
— ¿Qué es esa cosa? — grito una mujer.
— Es un monstruo— replico un hombre con su hija.
Debido a que su aspecto era tan horrendo, comenzaron a apedrearlo, obtuvo graves heridas que hicieron que su sangre se esparciera por todo el mercado, desesperado no pudo llegar a su casa y se arrepintió de haberse alejado de los cálidos brazos de su padre. Creyó haberlos perdido en la playa, pero lo siguieron, y ahí mismo lo asesinaron.
La sangre que su inerte cuerpo sin vida derramó, contaminó por completo el mar, dándole un pútrido aspecto. Y cuando su último aliente de vida fue consumado, por su boca salieron multitud de moscas, y en venganza, se posaron en la carne putrefacta y llena de sangre del pobre niño. Hasta que el mismísimo mar trago su cuerpo inerte y acto seguido las moscas, atraídas por la sangre derramado del muchacho, se quedaron en el pueblo posando sus delgados miembros en la comida haciendo que se pudra. La isla, jamás volvió a ser lo misma.
El padre vendió todas sus creaciones para comprar un barco, y pasó día y noche buceando en el mar, para encontrar el cuerpo de su hijo y darle un entierro digno. Nunca encontró el cuerpo.
            Después de escuchar aquella historia, el horrible ambiente de la isla que me había provocado tanto asco, ahora lo que transmitía era una gran pena. Tuvimos que quedarnos por unos días más, por lo menos hasta que nuestro barco estuviese reparado. Cada vez que observaba la playa o pasaba en las calles del mercado, veía al chico caminar con su disfraz junto a mí. llegado el momento de partir, cumplí la promesa que hice con aquel hombre y nos reunimos en el puerto. Zarpamos con viento favorable. Cuando estuvimos ya a una distancia considerable del lugar, pude ver, a un hermoso niño con cabellos dorados caminar por la playa, el viejo que me contó la historia estaba al lado mío, y pude observar cómo soltó una lagrima, así supe que aquello no era una ilusión.