NÚMERO 8  - MAYO DE 2016  - DIRECTOR: MARIO BERMÚDEZ - EDITORA COLOMBIA: PATRICIA LARA - EDITOR MÉXICO: ABRAHAM MÉNDEZ

VISÍTENO EN NUESTRO

CORREO ELECTRÓNICO

revistatrinando@gmail.com

 

REVISTA ELECTRÓNICA BIMESTRAL

DISEÑO, HOSTING, DOMINIO Y ADMINISTRACIÓN OFIMATICA PC-BERMAR  CELULAR 312 580 9363

SOMBRILLAS AL VUELO

Portada de Sebastián Romero Cuevas

  

 

PODER            

Es una ardiente tarde de verano en la ciudad, los cuarenta grados se hacen sentir como fuego que quema por fuera. Aunque Gina, también se quema por dentro. Ella entra a su recámara furiosa, como león enjaulado camina de un lado a otro aventando todo lo que se atraviesa en su camino. Toma desde abajo un hermoso baúl antiguo de madera que ha pertenecido a su familia por generaciones y lo estrella en la pared. El estruendo ha sido tan fuerte que la servidumbre alarmada le toca a la puerta. Furiosa Gina los corre en medio de gritos y maldiciones, luego  se echa en su cama llorando.

--¡Maldito imbécil!

 Minutos después, toma de la repisa una botella de vino y  se sirve torpemente. Va al tocador, se sienta frente al espejo y no le gusta lo que ve, se mira fea, aunque sabe que  es admirada por su belleza e inteligencia. Pero ahora, un hombre le ha movido el suelo que pisa, tanto, que está perdiendo el control. Da un trago a su copa, e inicia una amarga conversación frente a su espejo con el hombre que le ha arrebatado la tranquilidad, aunque ese hombre, no está ahí.

< ¡Se supone que esto no estuviera pasando! Nada de esto tiene razón de ser. Yo sé que me deseas, ¡pero eres un cobarde! En verdad no entiendo por qué siento tanta atracción por ti, ¡eres muy poca cosa!, eres solo un contador, ¡y peor aún!, eres casado. ¡Pero para mí mala suerte, en verdad me gustas mucho!                                                                                                            Recuerdo la primera vez que te vi, fue cuando llegué de Estambul, ¡ojala nunca hubiera regresado! Fue en esa fiesta de bienvenida que me organizó la empresa, ya estaba un poco ebria, pero recuerdo bien que te vi a lo lejos y de inmediato llamaste mi atención. Luego, te acercaste y nos saludamos,..mmmh, sentí tú suave piel, y me impresionó lo alto que eres. Pude acercarme y  aspiré esa  loción con olor a maderas que usas. Entonces, comenzamos a charlar y quede gratamente sorprendida al ver que eres un gran conversador, eso pensé.                                                                                                                       ¡Dios mío!,  ¡esto es una maldita locura!, ¡quisiera que acabaras de entender  que lo único que quiero de ti es sexo!, ¡no te quiero para nada más!, no es tan difícil de entender. Deberías agradecer al cielo que una mujer como yo, se fije en ti. ¡Y vaya que no has sabido aprovechar la oportunidad!, o más bien dicho, no has querido. Qué extraño hombre eres. Honestamente, esa negativa tuya hace que mi sangre hierva, pero de deseo, porque cuando te veo y miro tus blancas manos, las fantaseo acariciándome. ¡Pero no!, ¡tú no quieres!, ¿qué tienes que me vuelves loca?, no entiendo nada y me desespero, ¿qué me pasa?, ¿acaso te quiero? ¡No!, ¡no lo creo!, es solo eso, un juego de mi mente que quiere enloquecerme. Tu sabes que podría tener al hombre que yo quisiera, tan solo con un chasqueo de mis dedos.  ¡Es que yo, la gran abogada, Gina Urrutia!, asediada por los hombres, envidiada por las mujeres, ¡yo! que he estado con hombres poderosos y ricos, que he viajado por el mundo y, mírame ahora,.. rendida a tus pies, rogando por un poco de tu atención. Quizá es mi culpa por ser tan evidente, quizá si te despreciara, si te humillara...>

Gina se sirve otra copa y se mira en el espejo, ve sus grandes ojos azules llenarse de lágrimas  que escurren por las mejillas. Con coraje, se  las limpia con las manos  y da un gran trago a la copa. En su locura etílica, le sigue hablando al espejo, reiniciando su charla con la imaginaria presencia del hombre que  tanto desea, pero antes, fantaseando se  baja los tirantes del vestido y  acaricia sus pechos con los ojos cerrados, quiere creer  que es él, quien  la acaricia.

<¿Cuantas veces has estado en mi cama, acariciándome, besándome? ¿Cuantas veces mientras tomo un baño, me envuelves con tus brazos, presionándome contra tu pecho?, aunque esto solo  en mis fantasías. Ayer  que te invité a cenar y  no fuiste, ¡me sentí como una estúpida! Tenía una sorpresa para ti,  era que había reservado una habitación en el mejor hotel de la ciudad. Ya nos veía a los dos teniendo sexo en la terraza, ya te  sentía dentro de mí. ¡Desgraciado!, ¿quieres saber cómo terminó la velada?, pues como tú nunca llegaste, decidí aprovechar la habitación, así que me embriagué   hasta perder el sentido. Tanta  rabia sentí, que  me juré a mí misma no volver a hablarte,  lloré como jamás he llorado por nadie.  Extraño juego es este que estamos jugando tú y yo. Tú, que eres mi empleado, ni te inmutas en  hacerme sentir como una perdedora buscona, y yo, que tengo el poder, no entiendo porque hoy en lugar de despedirte, me acerqué a ti a saludarte cuando estabas en tu escritorio, te di los buenos días buscando que te disculparas, y lo único que dijiste, eso sí, muy amablemente fue, “Buenos días, Licenciada”. Sé que debe quedarme claro que tú no te interesas en mí, ¿o quién sabe?, quizá, en realidad lo que te gusta, es,  tener el control>.

 Ella siempre ha llevado la delantera en todo, hasta que llegó a su vida el hombre que la hizo ver su suerte. Un  empleado que trabaja en de la empresa en la que ella es abogada y socia mayoritaria. Gina llegó a la cima a base de mucho esfuerzo. Eso, a pesar de haber nacido en el seno de una familia rica y poderosa. Viajando por el mundo, conoció muchos hombres que la pretendieron, a pesar de eso, nunca se comprometió. Ahora, ella se arrastra tras un hombre muy inferior que la hace suplicar por migajas.

 pueden ayudarme, pero solo se burlan, me dicen que; ¿cómo puedo desearte a ti’?, que no tienes nada que ofrecerme. ¡Esa es la gran incógnita! Cualquier hombre se sentiría feliz de que una mujer hermosa y fina se fijara en él. Además, que solo le pidiera tener sexo sin más compromiso. ¡Qué patética soy!  En verdad quiero olvidarme de ti, sacarte de mi mente, pero no puedo. Cada día quiero  olvidarte, y acabo provocándome orgasmos imaginándote aquí, junto a mí. Qué mala broma me hizo el destino. ¡Pero no!, ¡nada me importa!, ni la burlas, ni el sentirme humillada. Te esperaré, esperaré a que  quieras tenerme>.

 Al caer la noche Gina ya está  fuera de sí. Estrella la botella en el piso y murmura unas palabras mientras se acomoda la ropa y toma una pastilla de menta.

< ¡Hombrecillo insignificante!  Tu solo eres la abeja obrera, en cambio yo, ¡yo soy la abeja reina!>.                                                      

 Gina mira qué hora es, se pone un labial rojo y se recoge el cabello con una hermosa diadema. Se levanta, toma su bolso y camina tambaleante hacia la puerta.

  sé que acostumbra quedarse hasta tarde. ¡Le daré una sorpresa! Llevaré un vino y algo para cenar, no podrá rechazármelo…>. 

Sale de la recamara decidida a encontrarlo, pero a unos metros se detiene en seco, torpemente se da la media vuelta y vuelve a entrar a su recamara. Va al tocador, se inclina y abre el último cajón con una llave que saca de su bolso. Remueve unos papeles metiendo la mano hasta el fondo, toma un pequeño estuche envuelto en tela negra, se sienta a un costado de la cama y abre el pequeño envoltorio. Saca cuidadosamente una pequeña arma escuadra que perteneció  a su padre, remueve el seguro y se cerciora que el arma este cargada. De nuevo envuelve el arma en la tela negra, la guarda en su bolso y se incorpora para salir de la habitación. Antes de salir se para frente a su espejo, se observa detenidamente y susurra unas palabras.

Gina sube al auto, su chofer trata de detenerla pero ella lo avienta dándole la orden de que se retire.

--¡Lárgate de mí vista, estúpido!

--¡Pero señorita, permítame que yo la lleve, está usted muy tomada!

--¡Cállate y lárgate! Tú no eres nadie para darme órdenes.

Por más que Alberto, su chofer, intentó quitarle las llaves, Gina se subió a auto y se alejó haciendo ochos con el auto. Mientras maneja rumbo a su edificio, va maquinando cómo hacer para que no haya nadie más en las oficinas. Toma su celular y comienza a llamar a Genaro, el guardia de noche.

--¡Genaro!,  soy Gina Urrutia.

--Buenas noches, Licenciada Urrutia, dígame usted.

--Escúcheme y dígame algo, ¿quién está en las oficinas?

--Claro, Licenciada. Se encuentran trabajando; el contador Eugenio Montes, la auxiliar Anita, y la recepcionista  Alejandra.

Gina siente un nudo en el estómago,  no puede contener la rabia y comienza a gritar al guardia.

--¡¿Y qué demonios tienen que estar haciendo esas dos estúpidas a esta hora en la oficina?!

Genaro se sorprende por la explosiva reacción de su jefa.

--¡P..p..pues, no lo sé Licenciada, hace rato los vi y estaban muy ocupados los tres, trabajando.

--¡Vaya ahora mismo y dígales que se larguen de inmediato de la oficina!

--¡Si, Licenciada!, de inmediato voy y los saco, pierda usted cuidado.

--¡¿Qué?! ¡No sea imbécil, Genaro! A las únicas que va a sacar son a esas dos zorras, a el Licenciado Montes, dígale que no se mueva de ahí. Que voy para allá, que me urge hablar con él.

Genaro cuelga el teléfono y como alma que lleva el diablo, corre hacia las oficinas de contraloría.

--¡Buenas noches, vengo a darles un recado de la Licenciada Urrutia. Dice que viene para acá, y que no quiere verlas  aquí cuando llegue.

Las dos mujeres y Eugenio se miran incrédulos, no entienden de qué habla el velador.

--¿La Licenciada Urrutia quiere que nos vayamos? Pregunta Alejandra.

--¡No!, solo ustedes dos señoritas. La licenciada dijo que solo el señor Eugenio se quede, que ustedes se vayan, ¡pero ya! Que no quiere verlas aquí cuando llegue.

Las dos muchachas  se sorprenden y miran a Eugenio como queriendo una explicación. Eugenio se queda mudo, cierra  los puños fuerte, porque sabe bien a lo que se va a enfrentar ahora que llegue su jefa.

--¿Tú sabes porque no quiere que estemos aquí Eugenio?

--Eugenio solo se encoge de hombros.

Anita  se enfurece y se enfrenta a su jefe.

--¿Qué está pasando Eugenio? ¿Porque permites que ella te siga molestando? Ya todos saben que la Licenciada te quiere, y que tú la evitas. Pero, ¿Por qué no haces algo? Ya son meses de lo mismo.

Genaro se queda en la puerta sorprendido de lo que acaba de escuchar.

Eugenio no responde. Se da vuelta y sigue con sus cosas. Prefiere evadir a confrontar. Ya bastantes problemas tiene con su esposa, pues ya le llegó el chisme de que su esposo es acosado por la hermosa socia de la empresa. Los problemas en su hogar se han ido incrementando, pues su esposa no cree  que él se  resiste a las constantes insinuaciones de su seductora jefa. Las cosas ya llegaron a mayores, por  los celos de su esposa, ella amenaza con abandonarlo.

--Bueno, pues vámonos. No vaya a ser que llegue la loca esa y nos corra.

Dice irónica Anita, tomando su bolso y dirigiéndose a la salida, no sin antes decirle a su jefe algo que lo deja helado.

--Te aconsejo que le tomes la palabra a la Licenciada, Eugenio. Dicen que ella no juega cuando quiere algo. Total, que de malo tendría que te revolcaras con la socia mayoritaria de la empresa. En realidad, hay muchos que te envidian; hermosa, millonaria y culta. ¡Ah, pero eso sí, bien loca la vieja! Bueno, que te diviertas.

Las dos muchachas salen de la oficina, riendo y cuchicheando. Eugenio siente un nudo en el estómago y comienza a sudar. Está tan nervioso que deja de trabajar, sabe que habrá consecuencias por haberla plantado la noche anterior. Desde la puerta Genaro; viejo lobo de mar, observa como Eugenio comienza a tronarse los nudillos en señal de nerviosismo. Compasivo, se acerca por atrás y lo palmea en la espalda.

--Tranquilícese Licenciado. Ya va siendo hora que ponga un alto a esta situación.

Eugenio lo voltea a ver con sorpresa, lo que menos se imaginaba era que hasta el guardia de noche también estuviera enterado del acoso a que es sometido.

--¿No me diga que hasta usted sabe de esto?

--Pues sí, Licenciado. Este ya es un secreto a voces en la empresa. Ya hasta parece novela de televisión. Todo mundo está esperando a ver qué sucede. Si ella se cansa de buscarlo, o usted cede a sus deseos.

--¡Solo esto me faltaba, ser el hazmerreír en mi propio trabajo!

--¡Pero no se ponga mal! Mejor ponga un hasta aquí. Mire, le voy a ser bien honesto. La mayoría de los hombres de la empresa, le tienen mucha envidia, y no lo entienden. ¿Por qué usted no ha tomado a esa mujer, y le ha dado lo que quiere? No se ofenda, pero cualquiera en su lugar, a la primera, ya se la hubiera cogido, en cambio usted…

Eugenio solo lo escucha, se siente bastante molesto por saber que él es la comidilla de la empresa.

--Le voy a ser sincero Don Genaro. Al principio sentí gustó de  como ella me buscaba,  creí que era afortunado, pero…

--Pero la sintió demasiado para usted, ¿verdad?

Eugenio lo mira sorprendido, como si el viejo Genaro le leyera la mente.

--Soy muy viejo Licenciado, y he vivido de más, yo creo. Desde que comencé a trabajar aquí, y la conocí, me di cuenta que la Licenciada Urrutia, es una mujer con la que hay que andarse con mucho cuidado. Esa hermosura que tiene, puede ser una trampa para cualquier hombre. Tras esa carita de ángel, esos ojos azules y su pelo rubio, que la hacen verse divina; siempre me ha dado la espinita, que esa apariencia esconde a un verdadero demonio.

--¡Y tiene usted razón, Don Genaro! En realidad todo este asunto me tiene tan estresado que creo que en cualquier momento sufriré un infarto. Me siento tan asfixiado cada vez que llego al trabajo, que ya ni quiero venir.

--Pues si ya está en esas condiciones, yo le sugiero que: o aclare y exija que lo respete como empleado, o renuncie Licenciado.

Eugenio se frota la cara con las manos, y le responde.

--Imposible mi buen Genaro. No puedo renunciar, ya tengo en la empresa más de ocho años. Tengo tres hijos pequeños, las colegiaturas, el pago de la casa, deudas…

--¡Bueno! Entonces ármese de valor y párele en seco las intenciones a la Licenciada.

--Una vez lo intente Don Genaro, y no se imagina como se puso, hasta me golpeo.

Genaro se sorprende tanto por lo que acaba de escuchar que se sienta a su lado.

--Así es mi amigo. Fue hace como tres semanas. En el estacionamiento de una tienda, a la salida del trabajo fui a hacer unas compras, cuando terminé de comprar fui al auto y, de pronto ya la tenía a mis espaldas. Al principio habló muy dulce. Me invitaba a que fuéramos a un bar muy exclusivo, luego, comenzó a acariciarme, primero la cara, pero después fue aumentando la temperatura. No le niego Don Genaro que esa mujer me gusta mucho, más de lo que se imagina.

--Ya lo creo que si Licenciado, es muy hermosa. Pero también  entiendo que es una mujer muy difícil.

--Vaya que lo sé, al principio que me buscaba, me sentía muy excitado por ella, pero cuando comenzó a acercarse cada vez más, comencé a verla más que como una mujer hermosa, como a un sargento. Ella es tremendamente controladora. No tiene ningún respeto por el que yo sea su empleado y además casado, es como si todo fuera para ella una supremacía, y el resto del mundo solo somos sus peones. Además, ¿en calidad de qué, quedaría yo ante ella, y en la empresa? Muchos me envidiarán, ¡pero a ver, que se pongan en mi lugar!  Y bueno, como le contaba Don Genaro. Cuando quise quitármela amablemente de encima en el estacionamiento, su reacción fue agarrarme a cachetadas, me pegó hasta que se cansó. Luego yo me subí a mi auto y me fui escuchando sus gritos e insultos en medio de toda la gente que nos veía. Y lo peor, mi esposa está enterada de todo y hoy amenazó con abandonarme.

Genaro está sorprendido por lo que acaba de escuchar.

--Bueno, Licenciado. La tiene usted muy complicada en verdad. Antes lo envidiaba como no tiene usted una idea, y ahora pues, que le puedo decir. Lo único que se me ocurre es que se consiga un abogado y la demande por acoso.

--¿Y cree usted que no lo había pensado ya? Pero resulta que ella es abogada litigante, y que todo el colegio de abogados de la ciudad, babean por ella,  me lo dijo el Licenciado Armenta, aparte que son sus amigos. Solo me echaría otro nudo en la soga.

Genaro se acerca a la ventana y ve que el auto de la licenciada estacionándose. Se sobresalta y decide retirarse.

--¡Bueno, Licenciado! Lo dejo, acaba de llegar la Licenciada Urrutia. Es mejor que lo encuentre solo como ella dijo.

--Gracias Don Genaro, y confío en que lo que acabamos de hablar será confidencial.

--No se preocupe, seré una tumba.

Genaro sale de la oficina y se dirige a los elevadores. Le da pena dejarlo solo.

Eugenio camina hacia el baño. Se arremanga la camisa, hace a un lado la corbata,  abre la llave del lavabo y se moja la cara para refrescarse, luego toma papel para secarse. Se arregla el cabello y  por un largo rato  observa su reflejo en el espejo. Al parecer acaba de tomar una determinación. Se acomoda la ropa y regresa a su oficina, se sienta, abre el cajón de su escritorio y saca un cordón de teléfono que había guardado, lo toma por los extremos y se lo enreda en las manos. Después, lo pone a un lado de su asiento y se acomoda  para ocultarlo. Comienza a escuchar unos tacones que lentamente van acercándose a su oficina, a la vez que también escucha los latidos de su propio corazón que parece que le va a estallar. Mira hacia el pasillo y ve acercarse la sombra de una hermosa silueta de mujer que camina tambaleante. Eugenio se  pone de pie y cubre el cordón con su saco. Está decidido a terminar con el acoso. --Esta noche, será tu noche, ¡maldita!--.

ROCÍO HERRERA CARRERA -México-

 

 

Me inicié en el mundo de las letras hace aproximadamente cinco años, y descubrí que tenía un gran universo de historias anidando en mi cabeza  y que solo tenía que dejarlas fluir a través de las letras. Ahora la escritura es la  aliada  que me permite expresarme  a través de las letras.  Poesía romántica, poesía existencial, cuentos de horror, terror y con temas diabólicos, novela, hasta manifiestos anti taurinos y de protesta, pues mi otra gran pasión es el activismo por el derecho de los animales. Las letras me permiten expresar lo que más hablaría con palabras.

                                                                                                                

PÁGINA 12