NÚMERO 14

JULIO DE 2017

EN ESTE NÚMERO:

AÑO III - NÚMERO 14 - JULIO DE 2017 - DIRECTOR FUNDADOR COLOMBIA: MARIO BERMÚDEZ -  EDITORES MÉXICO: ABRAHAM MÉNDEZ-  CARLOS AYALA

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LA IRRESISTIBLE MAGIA DE LAS LETRAS

La irresistible magia de las letras

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PÁGINA 18

NADIA CHIPULI  -MÉXICO-

 

Nadia Chípuli es poeta, amante de los cuentos de Julio Cortázar y las poesías de Gabriela Mistral y Fernando Pessoa. Nutricionista con posgrado en alimentación y deporte por la UCES en Buenos Aires. Traductora por el ITESM en Monterrey y Correctora por el Instituto Mallea en Buenos Aires. Radicada en Buenos Aires de 2005 a 2016, actualmente vive en Monterrey donde se dedica a las Letras y a sus pacientes.

 

Mi vecina

Sale a caminar mi vecina, bonita ella, o tal vez no tanto; no lo sé, aún no lo decido. Tendría que verla bien de cerca. Todas las casas de mi barrio tienen flores, todas las flores alegran mi barrio. Pero ella no tiene flores, tiene dos autos, y uno de ellos no lo usa nunca. A veces lleva el celular en la mano y transita por la calle como si su cuerpo fuera etéreo. Casi siempre y como de pronto… empieza a hablar no se sabe bien con quién, pero continúa subiendo el tono. Tengo la ligera sospecha de que no se da cuenta, o de que quizá no le importa que más de media cuadra la escuche. No lo sé, pero resulta peculiar ver cómo tan fina mujer va perdiendo los estribos. Se descontrola al punto de las risotadas macabras. ¿Mi vecina será una bruja? Tal vez lo sea solo con su novio, o podrá ser su jefe, su hermano, su mejor amigo. Pero es tan hermosa que poco importa su hilarante comportamiento.

Hace dos semanas tomé por equivocación su recibo del agua, como son iguales y compartimos el buzón pues no me di cuenta; así que fui a pagarlo. Hace una semana estaba yo buscando el código postal porque no sé por qué se me borró por completo de la memoria. Lo fui a buscar entre mis recibos pagados, y me di cuenta de que lo que tenía en mis manos no era mío. Fui a buscarla para explicarle, pero no estaba, fui de nuevo al siguiente día y al que siguió también. Ayer finalmente la vi llegar y corrí hasta alcanzarla en su puerta, se sorprendió. Procedí a explicarle el embrollo en el que sin darme cuenta me había metido. Volteó a verme y se acomodó el flequillo atrás de la oreja derecha. No podía quitarle los ojos de encima y pensé: diosa de mis historias dónde has estado toda mi vida. Asintió con la cabeza y su dulce voz casi me deja en total perplejidad.

Al siguiente día escuché el timbre, me asomé por la ventana y alcancé a ver su pantalón de mezclilla. No pude evitar emocionarme un poco. Abrí la puerta y ahí estaba ella con el dinero en la mano. ¡Ay sus manos, su voz, su hermosa sonrisa! La saludé y la invité a pasar. Me agradeció y se quedó a dos pasos de la entrada. Pero siéntate que ya te traigo el recibo, le dije, y subí la escalera que en ese momento me pareció de lo más eterna. Tomé el recibo y bajé los más pronto que pude, aunque me pareció tan lento como un teleférico. Le entregué el recibo en sus manos, me entregó el dinero, la vi a los ojos, me sonrió, y quedé como como una estatua no sé cuántos segundos hasta que pude parpadear. Me sonrió de vuelta, creo que lo sabe. Se despidió con un amable saludo de mano y se fue. La vi caminar… ¡qué hermoso camina!

Hoy por la mañana salía yo hacia mi trabajo y como todos los días primero reviso el buzón, no había nada y seguí caminando. Se me empareja un auto, abre la ventana y era ella preguntándome a dónde iba. Mi corazón palpitaba como un tamborcito infantil. Le respondí que iba a mi trabajo cerca de la avenida. ¡Ah, aquí cerca! Me dijo. Dije que sí y creo que me reí un poco estúpidamente. Sentí una vergüenza extraña y de nuevo la vi irse.

Esta tarde regresé a mi casa a la hora de comer, era demasiado insistente el maullido de un gatito que sonaba triste, abandonado. Salí a ver de qué se trataba y vi a la pequeña criaturita en el escalón de la puerta de mi vecina. Quise llevarlo a mi casa, pero iba a quedarse solito. Escuché el auto y la esperé. Hola, ¿cómo estás, cuánto tiempo? La saludé y le pregunté, ¿es tuyo este bebé que llora? ¡Ay sí, es de mi ex, perdón se me había olvidado por completo! Me respondió. Le dije que no se preocupara tanto que estas cosas pasan y me ofrecí a cuidárselo mientras ella no estuviera, aunque iba a quedarse solo ya que yo también tendría que salir otra vez a trabajar. Me agradeció con una de esas sonrisas angelicales que me derretían por dentro, temblaba como un infante. Me invitó a pasar a su casa y me preguntó si tenía hambre, yo le respondí que mucha. Pero que pronto tendría que volver a mi trabajo. Me insistió que no tardaba y que le gustaba sentirse acompañada. Se puso a cocinar con esmero mientras me platicaba que era una receta de su abuela. Yo la veía y la escuchaba, y la admiraba. Exquisita tu comida, le dije. Ahora me voy y dejo al pequeñín en mi casa. Me acompañó hasta la puerta y me abrazó. Sentí un alivio de esos que no había sentido en siglos, respondí al abrazo y no sé cuánto tiempo pasó. La vi a los ojos y me sonrió casi riéndose, yo no la soltaba. Creo que sentimos lo mismo, me confesó. Yo soy Diana, por cierto. Y yo Julieta, respondí. Y nos besamos como si el tiempo fuera eterno y como si nadie estuviera viendo.

 

 

 

 

 

Casi Navidad

 

Clarita salió del baño ya con náuseas. Le costaba un poco seguir las indicaciones médicas. Así que pensó que su estado se debía a algún detalle que había pasado por alto. Aunque sufría del corazón y otros achaques menores no se le ocurría ningún peligro inminente, ya estaba más o menos acostumbrada a disculparse con amigos y familiares para retirarse a descansar un rato. En su trabajo sabían que algo le pasaba, pero casi siempre cumplía con sus horarios y sus tareas, en caso de que alguna vez tuviera que irse antes reponía horas el fin de semana.

Las fechas no daban para mucho ya que era víspera navideña; le encantaba poner el árbol y contagiar espíritu navideño, pero hoy no. Hoy quería simplemente descansar y como faltaban cuatro días para navidad no se preocupó demasiado. Le pidió a Oscar que se encargara de todo y que le dejara saber en cuanto llegara la hora de la cena porque como cada jueves, venía una pareja de amigos a comer y a jugar ajedrez mientras escuchaban casi siempre un poco de Haydn. Oscar se sentía un poco cansado al terminar todo y antes de la hora decidió acompañar a Clarita y cerrar los ojos hasta que tocaran el timbre. Ella se movió un poco dando señales de que estaba despierta; sintió el cuerpo tibio de Oscar y quiso decirle lo mal que se sentía, pero no le alcanzaron las energías ni para abrir los ojos. Él empezó a contarle que había preparado una salsa especial para la cena, -pues los dos eran de paladar exigente- le había puesto un vino blanco que había quedado olvidado al fondo de la pequeña cava que ella le había regalado hacía un par de años y casi olvidaba que lo tenía. Estaba un poco emocionado y aunque cansado seguía diciéndole a Clarita los pasos de su maravilloso plato para la noche. Clarita susurró apenas algo y él le pidió que hablara más fuerte, pues ella sabía que el pobre Oscar era hipo acústico. Al no escuchar respuesta supuso que algo en los ingredientes no le había gustado ya que algunas hierbas le caían mal y él siempre se olvidaba cuáles eran. Clarita volvió a decir algo que de nueva cuenta era inentendible para él. Trató de agarrar el celular y volvió a cerrar los ojos. Oscar no entendía, pero pensó que seguramente sabiendo cómo era Clarita, debió quedarse dormida otra vez. Decidió dormir unos minutos más. Al pasar las horas notó que tenía más frio de lo acostumbrado y tomando la manta de una punta la tapó primero a ella y en el tono más bajito que encontró le dijo que siguiera descansando que él quería ver un rato el noticiero. Encendió la tele y sin dejar de hablarle de la cena, de los amigos y del frio, de que tal vez era hora de cambiar los radiadores porque, aunque la casa era pequeña había que calentarla un poco más, si no, seguro que los amigos no venían más. A nadie le gusta comer congelándose y sobre todo un plato tan exquisito que para colmo se fuera a enfriar tan pronto. Algunas veces le molestaba que Clarita no le respondiera y otras veces sencillamente seguía hablando, tal vez por costumbre, se sabía que era un gran platicador; siempre tan simpático y alegre.

Se escuchó el timbre y se levantó a abrir la puerta. Recibió a los amigos con abrazos y les ofreció una copita de vino para empezar. Mateo y Carolina que ya conocían las tardanzas de Clarita no se molestaron mucho en preguntar por ella. Hicieron un pequeño brindis previo mientras aparecía la dueña de casa. El tiempo parecía denso. La casa se sentía inusualmente fría. Carolina no terminó su copa y les dijo a Oscar y Mateo que se iba a la habitación a despertar a Clarita; como ya había sucedido incontables veces. Al tocar el hombro de su amiga quedó paralizada unos instantes y sosteniendo su gélida mano llamó a gritos a Mateo para que corriera a verla. Entró al cuarto, Oscar venía atrás de él todavía sosteniendo su copa. Mateo volteo a verlo a los ojos, aterrorizado, le preguntó: ¿Oscar, pero hace cuánto tiempo que…? No podían ser más de unas horas. Carolina no dejaba de llorar desconsoladamente. Su amiga había dejado de existir. Oscar no entendía nada.

 

 

Instrucciones para la añoranza

Etiología: recordar con pena la ausencia de un

algo o un alguien; en este caso ambas cosas.

Características: al evocar el vacío que ha dejado

dicha ausencia, se experimenta una enorme pesadumbre.

Funciones: sirve para vehiculizar emociones de profunda

tristeza que implican su explosión.

Instrucciones: tener un abismal afecto por una persona o geografía.

Dirigirse en sentido opuesto al objeto del afecto, y llegar lo más lejos posible,

cruzando quizás el océano Atlántico o la línea del Ecuador, por miles de kilómetros.

A una isla desierta, en la medida de lo posible, hasta sentirse suficientemente aislado.

Comprobar durante el tiempo necesario que efectivamente no se puede volver.

Intentar heroicamente dar marcha atrás, sentir cómo la frustración invade cada

célula del cuerpo y llegar a una impotencia que desborda en pequeños bufidos de llanto.

Posteriormente abrazar y morder enérgicamente una almohada, dejar que absorba gritos y secreciones hasta quedarse dormido. Por último, repetir al siguiente día y al que sigue también, y así sucesivamente hasta lograr el cometido; o bien, morir en el intento.

 

En la cama

Era la música de fondo durante las horas de frío.

Suaves calumnias del tiempo desconsolaban.

Verdes indescriptibles del jardín podían distraerme

casi por completo recluida.

Casi sin demora y sin hora me siento desnuda.

En el jardín de tus olas me siento a contemplarte.

Sueño despierta con tus manos en mi cabello.

Tu tímido rostro voltea.

Y yo… te veo.

Suave el sol entre pequeños destellos del tiempo.

Suave como tu aliento y el eco de tus ojos.

Beso tu rostro.