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TRINANDO

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DIRECTOR: MARIO BERMÚDEZ - EDITORES: PATRICIA LARA P. (COLOMBIA)  - CARLOS AYALA (MÉXICO)

JULIO DE 2015

NÚMERO

4

PUBLICACIONES DE ESTE NÚMERO

Las Chivas. JesúsAntonio Báez Anaya (Colombia)

Réplicas de Madera

EL ENSAYO: Por Nora Lizet Castillo Aguirre

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Viajeros mexicanos: Salvador Novo y Ulises Irigoyen viajando por los años 30

 

Los nopales nos sacan la lengua

pero los maizales por estaturas

con su copetito mal rapado

y su cuaderno debajo del brazo

nos saludan con sus mangas rotas

 

Salvador Novo, poema viaje

 

Al retomar el tema de los viajes se sugiere el gran abismo entre lo que significa viajar y trasladarse o “turistear”. Lamentablemente se asume que se trata de lo mismo; hoy por hoy la gente sale de un país a otro, de un continente a otro llevando el tiempo medido, obligado en forma a reprimir su curiosidad, resignándose a aceptar lo que los paquetes aéreos quieran o puedan mostrarle, no enseñarle. Y así es trasladado y se sacrifica marchando junto al guía que ya recita de memoria los detalles de los lugares visitados, perdiendo toda espontaneidad. Estos pormenores envuelven al turista de nuestro tiempo. El turismo actualmente representa una fuente de riqueza para muchos países, existen secretarías de estado para el fomento y la regulación de aquello que ya se ha convertido en industria internacional. La gente se traslada para divertirse, para comprar; y en todas partes los comerciantes los esperan anhelantes para venderles toda suerte de cosas, novedades, artículos flamantes. Los turistas regresan a su país como quien ha ido a cualquier fiesta, no relatan sus impresiones del viaje, no comunican su interpretación personal de los lugares visitados, la impresión que pudo haber suscitado en ellos la verdadera contemplación, la admiración que les causó cada ciudad, cada paisaje.

Rosaura Barahona se cuestiona sobre la diferencia entre un turista y un viajero y argumenta que se puede afirmar que la discrepancia estriba básicamente en que no se está hablando de kilómetros recorridos. El turista escoge (o tal vez permite que le escojan) un sitio recomendable para: descansar, cultivarse, ligar, coquetear, descubrir, presumir y con ello el turista ve lo que debe ver, visita los sitios visitables (y preparados con antelación para su visita), compra los obligados souvenirs, come por probar, ve por no dejar y después de tomarse fotos en los sitios indicados por la tradición, regresa a su casa convencido de que como su tierra no hay dos.

El viajero no. Por el contrario, se pone en manos del destino, deambula por las calles desconocidas y descubre los olores, los sabores, los espacios y los vocablos no evidentes al recién llegado; esos que al principio pueden decirle poco a poco, pero en los que él se obliga a profundizar. El viajero va más allá de las apariencias, de la escenografía extractada, de los encuentros apresurados, porque lo último que le interesa es platicar a sus conocidos que estuvo en tal o cual sitio; su viaje al final del recorrido es hacia el interior de sí mismo. Viajar es conocer, pero también conocerse. Viajar es descubrir, pero también descubrirse. Viajar es temer, pero también temerse. Viajar es asombrarse, pero también asombrar.

Conocer es un término profundo. No es posible conocer  10 países en 16 días. Poner los pies en algún sitio, recorrerlo con la mirada, tomarse una foto testimonial y comer un platillo típico no es conocer. Si acaso, visitar. Máxime cuando el platillo ha sido desnaturalizado para agradar a ese espanto llamado gusto internacional. No cabe duda que la globalización tiene muchas situaciones a favor, no obstante también muchas en contra. Haber creado esta especie de halo cultural, tierra de todos y tierra de nadie, en donde predominan la vaguedad y la indiferencia, es una de las peores. No todos los seres humanos somos iguales. ¿Por qué insistir en que, en muchos aspectos, los países lo sean?

Actualmente, en  los albores del siglo XXI la globalización ha consumido todas las áreas del planeta, todo está a nuestro alcance, ahora  todas las ciudades se parecen y es posible encontrar un restaurante de comida rápida de una gran cadena internacional en cada esquina de cualquier ciudad, en contraste con lo que sucedía en 1930, época en que las cosas eran muy distintas, y pocas personas tenían la oportunidad de hacer recorridos fuera de sus lugares rutinarios en trenes, los viajes en avión todavía no estaban en boga, unos cuantos diplomáticos y personajes geniales eran complacidos con esta oportunidad. Dichosos se habrán sentido aquellos a los que les fue posible identificar países y descubrir el perfil límpido de las ciudades que todavía destacaban sobre el cielo con sus trazos típicos, sin las bruscas interrupciones de la contundente arquitectura en edificios altos, verticales y monstruosos.

Algunos de los viajeros mexicanos pudieron ver entonces, con sus propios ojos y comprobar la existencia de lo que las ilustraciones de libros y revistas motivó en ellos su deseo de viajar. Hay una reflexión importante sobre los viajeros de esta época: mientras que los habitantes de otros países se enorgullecían de sus propios países, sólo los mexicanos, preferían viajar fuera de país para conocer otros lugares, otros territorios, no los propios, que hubiesen podido describir con más intensidad y con más jactancia, tal vez con más conocimiento, pues, los viajeros consideraban que hablar de sus poblaciones, de sus montañas de sus ríos y desiertos, así como de sus mares, de las costumbres y el carácter de sus pobladores  fuese un asunto vergonzoso, y que, al ver escrito en una página de viaje un nombre indígena, pudo haber significado el repudio y el desaire, en lugar del reconocimiento que les brindaba hablar del extranjero.

En el presente escrito me permito hacer una reelaboración de las notas de viaje personalizadas de dos autores de la época de los 30 que según la investigadora Sara Sefchovich debieron pertenecer a la generación de los Contemporáneos, grupo que se caracteriza principalmente por su esnobismo y por la afición a retomar posturas europeas en su manera de escribir, les fascina describir paisajes extranjeros, mientras que lo mexicano les parece no tan interesante por referir.

Contemporáneos era un grupo formado por los nombres que aún hoy son clave en las letras de México…Preocupados por las palabras bellas y las esencias, por el sensualismo y el individualismo, representan la otra cara de la cultura de mirada épica, profética, profunda y estruendosamente nacionalista. Quizá por eso se les acusó de hermetismo y de dar la espalda a la realidad, de desinterés por lo nacional, e incluso de afeminar a la literatura mexicana…” (Sefchovich, 85)

Salvador Novo, Return Ticket, 1927 y El continente vacío, 1935; así como al Señor Ulises Irigoyen Caminos, 1934

Salvador Novo, quien muestra sus puntos de vista en el prefacio de Continente vacío, (1935) no parece establecer diferencia con estas consideraciones, así lo manifiesta al releer un Rodó olvidado entre el tumulto de sus libros que prefiere mostrar más a mano y puntualiza que la práctica de la renovación tiene un precepto máximo: el viajar. Reformarse es vivir, así como viajar es reformarse. Por consecuencia viajar es vivir.

En lo que siente quien de extendidas tierras vuelve a la propia, suele mezclarse a la impresión de desconocimiento de las cosas con que fue íntimo, y que ve de otra manera que antes, cierto desconocimiento de su misma personalidad del pasado, que ahí en el mundo donde la formó, resurge en su memoria y se proyecta ante sus ojos como si fuera la figura de un extraño para desairar la sugestión del ambiente en que se vive y reivindicar la libertad interior apartándose de él, hay dos modos: los viajes y la soledad. “Heme aquí, Rodó, solo y después de un viaje. En la tuya, escuché “la melancólica voz que en mi ausencia de la tierra nativa venía de lo hondo de mi alma a pedirme que tornara a su seno y a despertar el  enjambre de las dulces memorias” para repetir tus hondas palabras , y hoy reconozco que lo tenía por impulso fiel del corazón, “en mi desvío de las cosas nuevas y de las nuevas gentes”, no era sino la protesta de mi personalidad subyugada por el hábito, entumecida en la quietud, oponía a cuanto importaba de algún modo dilatarla y moverla”. Más he aquí que esa misma voz melancólica me hace sentir ahora, en la soledad, la ausencia del viaje y me impulsa a revivir hora por hora en la confidencia una máquina silenciosa, una libertad de noventa días.” (Vallarino, 329)

Al hacer un recuento de sus viajes, que inicia en México, comienza indicando que escribir el libro de un viaje puede presentar la contribución de un importante documento que las generaciones futuras consulten. Y se propone narrar tres meses después de terminado, un viaje de noventa días desde México hasta Buenos Aires tomando el único camino que comunicaba a esos dos sitios: un barco inglés que se aborda en Nueva York   

            Por su parte, Ulises Irigoyen, quien también fungía como diplomático, hace generalizaciones más elocuentes de su tierra, e incluso el compilador retoma sus fotografías para observar que en una playa nudista de Francia, Irigoyen no fue capaz de perder el cuello y la corbata.

En su novela Return ticket Sale de El Paso, Texas, con destino a Honolulu haciendo una escala en San Francisco, en compañía del maestro Tovar, pues tienen una encomienda política. El cónsul les entrega el dinero y les indica cómo sacar los boletos, y el tren que deben tomar. Una vez que reexpide los libros sobre la educación en México que van a distribuir en Honolulu entre los delegados de la primera conferencia panpacífica sobre la educación, rehabilitación, reclamación y recreo en donde participan él y el maestro Tovar. Disponen de algunas horas para conocer lo que él denomina la ridícula ciudad de El Paso Texas y entrar en las casas de comercio en “que se habla español” aunque los empleados, mexicanos evidentemente, simulan hablarlo con dificultad, piensa que su bastón sería notorio y decide dejarlo en el consulado al igual que un sombrero de paja y un traje que traía consigo, entonces decide transformarse y ponerse en otro que acaba de comprar. Menciona que le sobrecoge una alegría inmensa y hasta se siente embriagado, cuando empiezan a encenderse las luces eléctricas, y suben al tren.

Abordan un gabinete del último carro, hace un recuento, tiene abanico eléctrico, un espejo, un cenicero y un lavabo. Comienzan a ver el desfile de árboles y magueyes, a su compañero lo predispone la meditación patriótica, comenta que los mexicanos, no saben aprovechar el terreno, que las irrigaciones adecuadas fertilizarían el desierto y bla, bla ,bla, no lo escucha sale del vagón, le sorprende la cantidad de vagones y que si él no estuviera en el último, no lo reconocería, en fin tras el recorrido por los vagones, no es capaz de persuadir a la gente de que él habla inglés, y comienza a fantasear con lo parecidos de las personas con hombres ilustres, Mencken, T.S. Elliot, pero van leyendo, y los escritores según su propia reflexión no deben leer en el tren, deben observar para luego contar lo visto. Decide conversar con un señor que pasea con un chico, que además habla español y le recomienda un hotel cómodo y barato, sigue observando y llegan a los Ángeles, donde deciden bajar a cenar dentro de la estación, que describe como cinematográfica, le da la impresión de ser tan improvisada que no la puede admirar, entonces piensa que toda la ciudad debe ser así, y aunque no lo sea, le repugna la ciudad a priori y no desea conocerla, y le reconforta saber que llegarán a San Francisco por la mañana.

Es interesante ver como Salvador Novo trata de mimetizarse, él habla inglés, él conoce de la cultura y sin embargo, no consigue que alguien le platique a él. En su libro El continente vacío narra otro de sus recorridos, esta vez por Nueva York, al llegar a la ciudad en pleno sábado, piensa que toda la gente está pronta a divertirse, y él está decidido a hacerlo desesperadamente ¿Qué acaso no vengo huyendo de la familia y de todo lo cotidiano? Sin duda, vagaré por las calles, iré a los cabarets y a los teatros. Mi pobre tía Virginia me espera con ansia y me tiene preparada una habitación, pero sabiamente he omitido avisarle de mi llegada. No iré a verla sino el último día de esta embriaguez neoyorquina. Afortunadamente vive en la calle Riverside 452,  tan lejos del New Yorker que nunca nos tropezaremos, es tan triste, continua, que viva tan sola. Estará Edna nada más, me recordarán a mi familia, las quiero mucho pero no deseo verlas. No en seguida por lo menos. Me instalaré debidamente en el New Yorker.

Entre tanto pensamiento finalmente llega a la ciudad, unos jóvenes le ayudan con su maletas, llega al hotel, el bellboy le demuestra las facilidades del hotel, con un botón se puede ventilar la habitación, hay agua caliente, fría y por la otra llave helada. Detrás de la puerta hay un sacacorchos por si el caballero desea preparar un cocktail, agujas, hilo, y lo más interesante, la deformación de la puerta que le devolverá la ropa limpia. El radio que funciona de diez de la mañana a diez de la noche y puede captar las cuatro mejores difusoras de la ciudad, ahora mismo si lo desea puede escuchar un partido de fútbol. En el escritorio hay toda clase de papeles, cuatro restaurantes sin salir del hotel. Cualquier cosa se puede pedir por teléfono. Se asoma por la ventana decidido a arrojar la colilla del cigarro y un pequeño anuncio le advierte “human life is in danger if you throw that lighted cigarrette”. En ese momento le sobrecogió un temor indescriptible y como si estuviera esperando a alguien se sentó a escribir cartas, había deseado por tanto tiempo estar en Nueva York solo, precisamente en sábado y ahora, en ese silencioso cuarto de hotel, el deseo más sincero le inclinaba a buscar en un burgués cariño filial, el mejor substituto de la aventura. Caminó perdido por la quinta avenida, solo veía caras que marchaban juntos sin conocerse, con  prisa,  entró a la tienda a comprar algo, regresó al hotel, se tumbó en la cama tratando de convencerse de que estaba cansado, y súbitamente le arrebató el sentimiento de soledad, encendió el radio, escuchó una canción tan vulgarmente tierna que no pudo resistir, se vistió, huyó, pidió al taxista que lo llevase al 452 de la calle Riverside.

Otro de nuestros viajeros mexicanos de los años 30 fue sin duda Ulises Irigoyen, de quien han dicho que florece en la literatura procedente del mundo de los negocios, fue Delegado Patronal en la Conferencia Internacional del Trabajo, viaja por diversos países de Europa y después de las impresiones extranjeras anota las de México, sus recorridos por Yucatán y por Chiapas.

Se regocija al ver a su hermano mar de aguas tranquilas y tibias como las manos de su novia, y acepta el llamado con estas palabras:

“Hermano: obedezco el llamado, condúceme a otras playas… Acaricias a la tierra en eterno acoplamiento, la fecundas y la tornas rica. ¡Pudiera besar como tú! ¡Pudiera ser así de sensual! ¡Pudiera llevar en mis hombros muchos bajeles a layas y puertos amigos! Decide salir de Veracruz. La gran motonave alemana Orinoco, amanece anclada frente al malecón. Con pasaporte diplomático se pasan bien los círculos dantescos: Migración, Aduana, Sanidad, etc. A bordo.  Pañuelos y blancas sedas los despiden adiós, bon voyage, goodbye toda la gama de la torre de Babel, desmayos en el malecón, lágrimas sobre cubierta, la nave zarpó al son del Danubio Azul.

Ya no hay tierra, tengo fervor por el mar movible y profundo pérfido y voluble como la mujer. ¡Misterio!

Un barco elegantísimo. Líneas y confort. Atractivos y negligencias, todo lo que la moderna sensualidad logra crear. El camarote es difícil de describir, paredes pintadas de crema, sedante, color de harén, muebles alemanes, camas enanas, luces, timbres, abanicos y calefactores, mozos y recamareras. Divanes comodísimos. No falta nada, perfumes y pecados. El baño junto al camarote con toda suerte de artefactos para acicalarse, tina y regadera, agua fría y caliente, espejos, ganchos y garfios para colgar la ropa, en fin, un orden alemán, hay horarios para cada comida del día, a la cual se debe asistir con ropas distintas cada vez, y planchar el tuxedo por la noche, todo alemán, seriedad alemana. Alberca al aire libre le invita a reflexionar lo cómodo del anonimato y cual moral es el nudismo. El primero de mayo después de un recorrido por el cuarto de máquinas reflexiona ¡Cerebro humano duran más tus obras que tú mismo! Llegarán el jueves a La Coruña, bajarán por Santiago de Compostela, abordarán en Santander de nuevo. Si no fuera porque todos sus afectos están tan lejos, iría contento y feliz en este espléndido viaje…

En fin! Adelante y que viva Dios, se dirige a París, el cerebro del mundo. La villa Lumiére ¡La ciudad amada por los poetas, urbe de cabarets, cortesanas y vividores. De universidades y de antorchas, de artistas y filósofos, de éxitos y fracasos, ¡Oh París! ¡Oh París!

En fin, es una historia interminable narrar las aventuras de los viajeros y sus percepciones, pero algo nos queda claro, han viajado por motivos políticos, pero hacen una interpretación personal de todo lo que ven, no dejan de asombrarse por lo que perciben, sin embargo, sus lazos afectivos vencen toda novedad.

Una conclusión interesante podría ser que hay quienes viajan porque recorren lugares, en cambio hay quienes no se mueven de sus asientos, y con el hecho de leer o de imaginar, pueden recorrer espacios indescriptibles sin experimentar los desalientos que causan el no hablar otras lenguas

 

Bibliografía:

 

Barahona, Rosaura. “¿Turista o viajero?” El Norte [Monterrey, N.L., México] julio de    

    1986: 4

Novo, Salvador,  Antología 1925- 1965. México, D. F.: Editorial Porrúa, 1966.

---, Ensayos. México, D.F.: Talleres gráficos de la nación. 1925.

Sefchovich, Sara, México: país de ideas, país de novelas. México, D.F.:  

     Grijalbo, 1987.

Teixidor, Felipe, Viajeros mexicanos, (siglos XIX y XX). Colección “Sepan

      Cuantos…”, núm. 350 México, D.F.: Ed. Porrúa, S.A. 1982

Vallarino, Roberto, Salvador Novo: sus mejores obras. México: Promexa editores, 1979.

 

Monterrey, N. L., 1970. Licenciada en Lingüística Aplicada con énfasis en didáctica del idioma (UANL, 1992). Máster en Letras Españolas con la tesis Aproximaciones a la novelística de Sara Sefchovich desde la perspectiva del discurso femenino (UANL, 2002). Actualmente es doctorante del Programa de Doctorado en Filosofía con acentuación en Estudios de la Cultura de la UANL y prepara una tesis sobre el discurso femenino en la narrativa de Nuevo León. Ha sido maestra de inglés y de materias relacionadas con la enseñanza de literatura y de aspectos del lenguaje a nivel profesional desde 1989. Ha participado en diversos coloquios y congresos nacionales e internacionales relacionados con la literatura y la lengua, entre los que destacan El Congreso Internacional de Hispanistas y El Congreso Internacional  sobre Literatura Chicana de la Universidad de Alcalá de Henares. Desde 2002 participa con ponencias y presentaciones de autores en la Feria Internacional del Libro de Monterrey. Ha sido colaboradora en diversas revistas literarias. En septiembre 2014 se publicó su libro titulado Precursoras de la literatura nuevoleonesa: crítica y recepción en el siglo XX. Volumen 1. El segundo volumen de esta colección está programado para mediados de este año. Próximamente Poetazos publicará sus poemas.

 

La autora nos comparte una reseña personal que ella misma hizo:

Aprendí a leer a los 4 años y medio y desde entonces, la literatura ha sido parte integral de mi formación como persona y de mi vida como docente y como estudiosa. No hay una fecha exacta en la que yo comencé a escribir, sin embargo desde pequeña tuve la inquietud de transmitir mi manera de ver el mundo. Escribir poemas, narrativa o cualquier género literario obedece a la necesidad de expresara algo y sobre todo, de compartir los puntos de vista sobre un tema. El proceso de escritura es algo difícil de explicar. Casi siempre hay algo que quisiera compartir y así mis ideas van  tomando forma. Procuro traer una libreta conmigo para esbozar aquello que quiero decir. Escribo para mí, para darme cuenta de mis sentimientos por medio de las palabras. Es increíble cuando me topo con textos escritos hace años y descubrir lo que sentía entonces, y ver cómo mis sentimientos se transforman

 

Mis temas favoritos son sobre diferentes aspectos de la vida: el amor, la soledad, la tristeza y sobre todo los sentimientos que producen cada uno de esas experiencias. Podría decir que escribo sobre las experiencias de la vida y lo mucho que repercuten en el bienestar o el malestar. La literatura para mí es, definitivamente, un modo de vida.